Visto en el jueves


Discos Flamencos
Rocío Marquez
Universal, 2019
Alfredo Barrera Cuevas


VISTO EN EL JUEVES: LAS RELIQUIAS DE ROCÍO MÁRQUEZ


Por Alfredo Barrera Cuevas.


En un paseo por La Alameda de Hércules me he impregnado de su aroma flamenco, desde aquellas columnas que presenciaron tantos momentos históricos de este arte hasta los monumentos erigidos en honor a Pastora Pavón y Manolo Caracol. Me he dirigido hacia el emblemático mercado de la calle Feria, donde quise encontrar un disco del cual me dijeron habían “Visto en El Jueves”. Supongo que será un hecho cierto, aunque habrá que cambiar tiempo verbal o época para encontrarlo allí. Ese disco concreto, no solo queda fuera del catálogo de antigüedades, sino que todavía es un prototipo de música contemporánea.

Rocío Márquez se ha convertido en una creadora flamenca que juega en una dualidad novedosa porque se adelanta a los tiempos, pero emerge de ellos. No es una cantaora que imite, copie o interprete los cantes de nuestros clásicos, sino que hace versiones muy personales de esos cantes y los recrea llevándolos desde su sentir flamenco y su visión evolutiva a sus registros de voz y su forma de interpretar y escenificar. Además de jugar con los moldes, se impregna de otras músicas que pueden encajar dentro de estructuras flamencas y las adapta hasta conseguirlo, un disco lleno de eclecticismo y sabiduría que origina una especie de expectación, a priori, y produce una sensación reflexiva, a posteriori, como esta reflexión encadenada de lo que me evocó a mí:

El disco nos abre sus puertas con una “Luz de luna” reflejada en bulería renovada, que posee rastros de Chavela Vargas y El Cabrero y consta de un novedoso final con letra de melancolía. Parece que la noche invita a una especie de “Trago amargo” y rememora aquel tango argentino con el que nos cautivó Manuel Vallejo, donde ahora lo escuchamos bajo un toque clásico y acompasado de bulería, como una adaptación de la guitarra con la que acompañó Antonio Moreno al genio sevillano. Continúa la música dejándonos un lugar a la esperanza, y en el erotismo de una letra de Francisco Moreno Galván se va pidiendo discreción y secretismo, donde se “Entorna la puerta” para cantarnos la mariana con la que nos deleitaron cantaores de la talla de José Menese o Miguel Vargas, en este caso con un aire de tango y con la esencia de contrapunto entre voz y acompañamiento musical. Y como en un halo de añoranza nos sumerge “El último organito”, un tema que algunos de los clásicos argentinos, entre ellos Edmundo Rivero, María de la Fuente o Roberto Goyeneche, lo interpretaron en su género predilecto de tango rioplatense, al igual que hicieran Joan Manuel Serrat o El Cabrero, aunque en este disco aparece una versión distinta, sin perder los aires argentinos, pero más cercano a los cantes de milonga y vidalita, con una guitarra que adapta los estilos flamencos de ida y vuelta, sin perder de vista las esencias del Río de la Plata, y manteniendo latente el sentimiento de nostalgia. El devenir del disco cambia su rumbo, como el poeta que no deja de lado el romanticismo, pero siente la necesidad de la crítica social y la reivindicación, en este caso con su propia tierra, llamada “Andalucía”, título de una creación, con aire de tangos flamencos, del guitarrista y compositor Paco Cepero donde puso la voz El Turronero. La guitarra de este álbum se mueve entre los sones de Cepero y un guiño a los orígenes onubenses de la cantaora, porque los estribillos suenan, por momentos, con ecos rocieros. La impotencia o el dolor que se llegan a sufrir, tanto en el plano sentimental como en el aspecto social, nos pueden llevar a la situación extrema del deseo de “No sentir”, pero los hechos que nos llevan a ello son tan intrínsecos a nuestro ser que se escapa a nuestra consciencia y acabamos expresándolo con pesadumbre, como aquí, recreado en una malagueña de Enrique el Mellizo que nos recuerda a Antonio Mairena, aunque también fue interpretada en voz de mujer, la de Mayte Martín, y en la que Rocío Márquez aporta una versión personal encarnada en la primigenia del cantaor gaditano. Con todos esos sentimientos de los que es imposible desprenderse, hay que ser consecuente y ver que los tiempos modernos también son susceptibles de perderse en banalidades de dinero y fama, que debemos huir de “Una vida de imagen” para no caer en errores que nos desprendan de nuestra propia identidad, y para interpretarlo, la cantaora ha escogido un cante por serranas que nos sume, con su dramatismo, en esa preocupación de lucha interna, acentuada de nuevo con el contrapunto entre cante y guitarra, metáfora musical que enfrenta los valores que se tienen dentro contra la sociedad que nos alienta a desfallecer, todo ello envuelto con un remate de cante abandolao que, inconscientemente, rompe con esos temas y nos mantiene alerta en el plano sentimental, en este caso con una letra que popularizó Manuel Vallejo por tarantas. Se recupera una forma de rematar el cante por serranas que disfrutó de cierta popularidad en voces laínas, principalmente de mujer, allá por los años 50 o incluso antes, aunque aquí se une, más que romper, el aire abandolao a la serrana, resurgiendo como una reivindicación potencial que no cesa en el cante de Rocío Márquez. Porque debe ser así, está en su forma de sentir, no solo el flamenco, que es vehículo para expresarse, sino las injusticias y la protesta, la ideología y el ímpetu que choca con la realidad más abstrusa, como el concepto de vida que parece una incoherencia cuando lo que importa es “Llegar a la meta” sin disfrutar el camino, un hecho que se manifiesta en una renovada y crítica letra encarnada en el estilo de Pepe Marchena, donde se entona, a medio camino entre el cante y el recitado, un romance con guitarra de fondo, cuyos preludios consiguen aires de soleá y serranía y que, de lleno en el acompañamiento, acentúa detalles de arpegio lento para dar un toque trovador a la interpretación vocal de este tema. Injusticia y protesta, pero la vida se cura sus heridas, a veces, con el amor; se nos permite un respiro y es casi deber obligado expresar lo que se siente, aunque pueda llegar a ser como un “Quiero”, pero no puedo. Así de paradójica o discordante llega esta rumba, creada por los maestros Quintero, León y Quiroga, que Rocío Márquez interpreta con más pausa y con melismas más cercanos a ritmos cubanos clásicos que la versión original de Bambino. Respiros que nos da el tiempo, que nos da el amor, pero que en el sosiego de la soledad observamos que se necesita “Más verdad” en este mundo y menos hipocresía, más autenticidad humana y menos prepotencia, más humildad, más benevolencia, más afecto, más fraternidad y menos egolatría, menos envidia, menos odio, menos maldad. Más no se puede decir en unas letras tan cortas como las que se presentan en estos cantes por peteneras, la primera, proveniente de un fandango de Huelva, la segunda, popularizada por la Niña de los Peines. Un cante clásico y lleno de frescura contemporánea, al mismo tiempo, con un acompañamiento austero, desprovisto de trémolos y picados virtuosos, pero de soberbio sentimiento melancólico que otorga sabor a petenera con motivos de crítica atemporal. Y aunque el tiempo sea como un espectro que va traspasando el espacio, no conviene que lo haga con el recuerdo, porque la memoria debiera ser un motivo para no repetir errores del pasado, y con errores de nuestra historia que atentan contra la dignidad del ser humano “Empezaron los cuarenta”, los cuales vemos reflejados en otra letra de Moreno Galván y que José Menese los bañó con la musicalidad de las rondeñas. Aquí se desnudan casi al completo, como las inmundicias del mundo, y se visten únicamente con el soniquete de la percusión, adaptándose la letra original, de manera sutil, al primer cuarto del s. XXI, al panorama sociopolítico actual, pero son ecos antiguos como los errores que se vuelven a cometer por esa falta de memoria colectiva unánime. Y, pese a todo, hay motivos suficientes como para no dejar de luchar por causas justas, entre ellas la de transmitir a nuestros hijos los valores que consideramos primordiales, por ello debemos pensar, en primera persona, que “Yo soy águila imperial” que volará, mientras quede motivo, con la rebeldía de El Carbonerillo y su fandango e impregnará a nuestros niños con esos valores fundamentales que claman los versos que Emilio Pozo dejó para que interpretara Julián Estrada en su disco “Reflejo de luna y sal”. El disco nos despide con dos temas relacionados con cada una de las temáticas que caracterizan a este trabajo, el amor y la conciencia social. Primero, con dos momentos antagonistas de las historias de amor, una sensación inicial del hechizo que este sentimiento produce, donde se interpreta “Me embrujaste”, y otra final cuando, a pesar de todo, se acaba dicho sentimiento que tanto sentido dio a ambas vidas, bajo el título “Se nos rompió el amor”, un primer tema que se ha escuchado en las voces de Concha Piquer, Marifé de Triana, Rocío Jurado, Carlos Cano o Pasión Vega en el género de la copla andaluza propiamente dicha y que Rocío Márquez interpreta con una adaptación flamenca al compás de bulería lenta para escuchar. Y el segundo tema, una copla aflamencada que se ha escuchado en las voces de Rocío Jurado, Fernanda de Utrera, Miguel Poveda, Marina Heredia o Manuel Lombo, incluso en la de Diego El Cigala que lo ha interpretado con sones cubanos. La guitarra enlaza ambas pistas, haciendo una composición única dividida en dos, tanto en el surco digital del cedé como en las melodías, dos ríos de coplas que confluyen en uno y desembocan juntos al mar del cuplé por bulerías. Por último, se insta a los “Andaluces de Jaén”, una vez más, a que nos digan, con música de Paco Ibáñez y con una de las letras reivindicativas por antonomasia, la de Miguel Hernández, que el trabajador es el sustento máximo del campo andaluz, y en este trabajo se ve acompañada de la voz de Kiko Veneno, porque dos voces pueden llegar más lejos y si fueran miles, aún más.

En este trabajo musical hay nostalgia, pervive el recuerdo, encontramos reivindicación y crítica social, existe el reconocimiento, aflora el amor, por el flamenco y por sí mismo, nacen nuevos moldes musicales e, incluso, emerge un cierto aire de feminidad sutil, apreciable en el cambio de letras hacia su propio género, un hecho clásico en el flamenco, donde el género de las letras se cambia según quien lo interprete, y que Rocío Márquez lo retoma con naturalidad. La música que acompaña sus últimos discos no suele dejarnos indiferencia y, en este caso, la guitarra sui géneris de Juan Antonio Suárez, Canito, nos introduce en tañeos muy particulares, con reminiscencias arcaicas, sobre acordes vanguardistas, así como sones flamencos con sabor advenedizo. Un toque sutil que vibra entre la naturaleza del cante y la naturalidad de la música de acompañamiento, un toque ad libitum que se desprende de ataduras y vuela en armonía con la voz timbrada, un toque particular, novedoso, fresco y diferente que en ocasiones mimetiza con el cante y en otras lo complementa. Quizás se me antoja un toque complejo y difícil de comprender, por lo singular e insólito, pero, sin duda, penetra en los modelos flamencos y sirve de catalizador para que el cante vanguardista de Rocío Márquez converja a ciertos cánones flamencos.

Esta obra inaudita es ya una realidad. Supongo que los escépticos podrán mirar con recelo, quizás sea susceptible a la crítica y creo que habrá quien no acepte otros moldes para aquello que está asentado y cimentado en el flamenco. Yo he dejado atrás el mercado de la calle Feria, acabo de atravesar la calle Regina y estoy entrando en la plaza de la Encarnación, donde observo, imponente, el proyecto Metropol Parasol, las Setas de Sevilla, un monumento criticado y elogiado que supo cambiar un ambiente lúgubre y austero, que rompe el esquema clásico original, pero que convive en armonía con otros monumentos, transmite modernidad y es un deleite para quien así lo entiende. Podría decir, si cabe, que ha hecho visibles a los monumentos clásicos que habían perdido su esplendor y hoy vuelven a ser enaltecidos. Quién sabe si lo clásico necesita de lo nuevo para, conviviendo con ello, seguir vivo y resurgir con la majestuosidad que le corresponde. Los tiempos, y con ellos las formas, cambian gracias a aquellos que saben hacerlo y, a su vez, se arriesgan a hacerlo. En este caso, Rocío Márquez comienza a ser para sí misma, está cambiando conceptos y matices, será el tiempo quien diga si será algo perpetuo o pasajero, pero hoy por hoy, es una realidad.

Una vez escuché, en directo, a Rocío Márquez y, al llegar a casa, escribí un microrrelato, titulado “Un espectáculo atemporal”, con lo que me transmitió aquella escena. Y con este disco se me viene a la memoria aquel microrrelato, que dejo como resumen y colofón a este escrito, donde se remarca esa forma suya de interpretar el flamenco: “Era noche de concierto en el centro de la ciudad. Bajo la penumbra sonaba una antigua copla junto a inusitados instrumentos vanguardistas. Allí recordé que, cerca del aquel teatro, en otra época, se oyeron los atávicos ecos de este canto, y se entremezclaron en mi mente ambos puntos del espacio-tiempo. Fue como el encuentro soñado, aquel donde lo ancestral reverbera en lo contemporáneo”.