ALEJANDRO HURTADO
TAMIZ
ESTUDIO HANARE, 2023SEGUNDO DISCO DE UN COMPOSITOR DE CALIDAD
José Cenizo Jiménez
El compositor y guitarrista flamenco Alejandro Hurtado (San Vicente del Raspeig -Alicante-, 1994) partió en su primer disco de la tradición más absoluta, buscando no equivocarse tal vez. Se trató de un homenaje a dos grandes de la guitarra flamenca, nada más y nada menos que a Ramón Montoya y a Manolo de Huelva. Hurtado quiso actualizarlos, interpretarlos a su manera sin perder la esencia de los homenajeados. Ahí decía el maestro Fosforito que su autor “está llamado a ocupar un lugar de privilegio en el mundo de la guitarra flamenca”. Para ello se ha preparado desde luego: ha estudiado guitarra clásica y flamenca, en 2017 finalizó sus estudios de Grado superior con la calificación de Matrícula de Honor y Premio extraordinario fin de carrera. La misma calificación obtuvo en el Máster Flamenco de la ESMUC (Barcelona). Posee el Bordón minero de La Unión, todo un aval. “Maestros del arte clásico flamenco” fue su primer disco, un fruto maduro y musicalmente atractivo y logrado, como comentamos en su momento.
Todos los temas están compuestos por Hurtado con su propia guitarra acompañado de las palmas y nudillos de Carlos Grilo y Diego Montoya. Contiene diez cortes con base en estilos como las alegrías, la farruca, los fandangos, la granaína, el zapateado, la soleá, la seguiriya, la taranta o las bulerías, y títulos tan sugestivos como “Tamiz”, “Música para un día gris”, “Al sonar la tarde” o el que cierra, “Efímero”. Así, nos ofrece “Tamiz”, un portal de alegría, elegante; “A mi madre”, con unos trémolos de lujo, casi una nana por el lirismo y el título; “Muelle del Tinto”, de ecos onubenses, claro está, fruto de experiencias; “Cuatro caminos”, verdadera “agua que llora” por granaína, hermoso como un diálogo interior; “Petrer”, alusivo a un pueblo de su tierra, Alicante, que significa “cantera” en latín, es un zapateado de pulsación perfecta y matices vigorosos y ricos, en diálogo ascendente, muy preciso en la aceleración; “Calleja del Indiano”, soléa con sabor a tradición y a paisaje e incluso paisanaje; “La liviana”, seguiriya en clave briosa y muy marcada más que densa y dramática; “Música para un día gris”, taranta esencial, melancólica, sutil en los acordes, de un minimalismo musical admirable y trémolos finales preciosos; “Al sonar la tarde”, bulerías de regusto jerezano, con brillantes punteados, guiños al Vito, velocidad que nos lleva; y “Efímero”, pausado y lírico como lo mejor de uno de sus referentes, Riqueni, bello en su brevedad y hondura.
Un disco de madurez ya, variado y flamenco sin tapujos, que une lo vivencial y lo vivido en deliciosa armonía de forma y de fondo. “Tamiz”, eso, tamiz de tradición, formas, vivencias, lugares, cedazo tupido para dejar fuera lo superfluo y revelar lo esencial.