Tacones en Latinoamérica


Opinión
Carlos Ledermann


El arte flamenco andaluz debe ser una de las expresiones populares más conocidas en todo el mundo y Latinoamérica es una de las zonas en que más se le cultiva y difunde. No hay que olvidar que en esta zona geográfica hay sobre trescientos millones de personas que hablan el mismo idioma en que nació y se ha hecho siempre el flamenco. Si bien esto, inexplicablemente, no alcanzó para que la UNESCO lo declarara Patrimonio Oral de la Humanidad, debemos consignar que es un factor hereditario incuestionable de toda la gran comunidad de habla hispana, donde desde comienzos del s. XX y en virtud de la llegada de ciudadanos andaluces a América Latina, el arte flamenco ha estado presente.




El idioma, por supuesto, y las raíces hispanas que de una u otra manera todos los pueblos iberoamericanos exhiben convertidas en un mestizaje incuestionable, han colaborado también a que el flamenco se asentara entre nuestros pueblos. Con el paso de las décadas, ya no fue solo la expresión de los inmigrantes andaluces sino también una naciente forma de bailar en nuestros pueblos, donde las academias de baile fueron la primera forma de difusión del flamenco. Muy pocos fueron los cantaores que vinieron a América y pocos también los guitarristas, especialidades ambas que cuentan con menor cantidad de exponentes que el baile en todos los países de la región, aunque hoy podemos encontrar ya unos pocos cultores interesantes en el cante y realidades concretas en el toque.

Por otra parte, prestigiados artistas y compañías que visitaron nuestra región especialmente desde finales del primer tercio del s. XX, fueron sembrando aquí la semilla del interés y, podríamos decir concretamente, despertando el sentir de la sangre que empezó a identificarse con el flamenco: una forma de ser y de sentir que entra en una fuerte resonancia con la de los latinoamericanos. De hecho, el flamenco es algo más cercano a nosotros y a nuestra idiosincrasia que el rock, el pop, el jazz, el reggae, el rap y muchas otras formas musicales de origen anglo, que nos llegan generosamente incluidas en los envíos diarios por gentileza del sistema de mercado.

Durante casi dos años, desde la página web flamencoamerica.com pudimos testear las diversas realidades del flamenco en Latinoamérica, primero en virtud de una encuesta que hicimos y que respondió gran cantidad de gente y luego durante lo que fue la I FERIA LATINOAMERICANA DE FLAMENCO, en San José de Costa Rica, el primer evento internacional de su tipo en esta zona del mundo. De las respuestas recibidas a la mencionada encuesta, es posible extraer un panorama radiográfico de lo que hay y lo que falta en el flamenco latinoamericano, quedando claro, como primera y fundamental carencia, que la ausencia de cante es un problema de muy difícil solución. El número de guitarristas competentes tampoco es elevado, pero sin duda hay más guitarristas que cantaores. Tampoco hay que olvidar que con mucha frecuencia aquellas respuestas de aficionados y profesionales han estado teñidas de un evidente nacionalismo que muchas veces traicionó la objetividad al tratar de dar a entender que en sus respectivos países el flamenco era mejor que en cualquier otro sitio. Así, en cierta ocasión una persona aseguró que en su país había 370 academias de baile y al día siguiente otra, del mismo país, informó que no pasaban de 25...

Paulatinamente ha ido aumentando el número de flamencos latinoamericanos que año a año viajan a España a perfeccionarse en sus respectivas disciplinas, y los efectos reales de esas peregrinaciones suelen traducirse en resultados de la más diversa índole: mientras en algunas partes de Latinoamérica se sigue trabajando una estética bastante añeja, en otras se busca un desarrollo de los parámetros actuales en materia de baile y toque y en otras se trata de demostrar una apertura que a veces redunda en audaces combinaciones de flamenco con teatro, de flamenco con danza contemporánea, de flamenco con música andina, con tango o con rock.

Es verdad que hay artistas de gran calidad, que sobresalen de la media y si pueden se proyectan internacionalmente, varios de los cuales incluso han actuado en la propia España, pero no es menos cierto que existe también un apreciable nivel de confusión entre el flamenco y lo aflamencado. Los profesores no suelen preocuparse de que sus alumnas/nos dispongan de un marco teórico que les permita saber qué están bailando, por qué es así, de dónde viene, qué quiere transmitir. Como resultado de esto, hay personas que bailan por alegrías y no conocen el compás, lo que a primera vista parece inexplicable. Por cierto hay honrosas excepciones, pero el baile flamenco es, hoy por hoy, un buen negocio acá y la mayoría de los profesores prefiere invertir su tiempo en contar dinero y no en impartir una enseñanza cabal y responsable, lo que en demasiados casos tampoco sería posible porque ni siquiera ellos saben lo suficiente.

Otro aspecto que llama la atención es la afición a ciertos tópicos como, por ejemplo, la denominación de “gitano” o “gitana” de una escuela, un grupo o un espectáculo hecho por personas que no tienen vínculo alguno con ese pueblo pero quieren validar su propuesta con este recurso romántico, pero absolutamente postizo. No es raro, incluso, encontrarse con personas que son capaces de bucear en las más remotas profundidades de la genealogía a ver si encuentran a algún pariente lejano que pudiera haber sido gitano o por último andaluz, para justificar de ese modo su afición o sus cualidades, en circunstancias de que eso no es necesario para quienes de verdad creemos en la transculturación ¿o es imprescindible y condicionante que un señor tenga ancestros austriacos para tocar a Mozart o deba tenerlos orientales para practicar artes marciales?

En la guitarra, es posible encontrar excelentes tocaores y de diversas tendencias: unos optan por mantener vivo el lenguaje de Montoya, el de Diego del Gastor, Ricardo, Sabicas o Juan Serrano, otros van por Paco de Lucía y su generación, y hoy por supuesto debe ser Vicente Amigo el más estudiado y analizado de todos los menores de 45 años, pero una mayoría toca la música de esos maestros y no compone nada. Algunos cosen falsetas propias con otras de los grandes guitarristas armando un mosaico extraño, un tapiz de muchas telas de diversas calidades. Por cierto, hay un buen número que sí va creando sus piezas, pero todavía es una minoría.

Los latinoamericanos sabemos que desde España se nos suele mirar con curiosidad y muchas veces con abierto desdén porque “qué vamos a saber nosotros de flamenco, qué va a saber de flamenco alguien en el mundo” ¿no? Pero nos damos perfecta cuenta de que cuando se trata de vendernos artículos, ropa de flamenca, guitarras, zapatos, discos, DVD o cursillos se nos trata hasta de “primos” porque así es la ley del mercado, pero esa misma conciencia hace que haya gente aquí trabajando con mucha seriedad, con muchísimo respeto y con un amor infinito por el flamenco y por favor, hay que tenerlo y muy verdadero para organizar un evento como fue aquella Feria de Costa Rica, donde los asistentes se pagaron sus pasajes, su estadía, sus comidas y los cursos que tomaron, teniendo en cuenta que viajar en estos continentes es sumamente caro, pero lo hicieron los argentinos, lo hicieron los chilenos, los colombianos, los venezolanos y cualquiera que quisiera asistir. Si eso no es una muestra de afición sincera, entonces no hay nada que demuestre que sentimos el flamenco como algo muy nuestro y podemos lidiar incluso contra el exceptisismo con que se nos mira y se nos evalúa. De hecho, muchos andaluces afincados en Latinoamérica fueron los mejores enemigos de la Feria desde que supieron que se realizaría y malentendieron intenciones y conceptos, pero también pudimos pasar de eso y mucho nos ayudó, como contrapartida, la visita de Antonio “El Pipa”, una llamada telefónica de Félix Grande o la cobertura que algunos medios españoles brindaron al evento.
Es muy emocionante, por otra parte, llegar a una ciudad o incluso un pueblo remoto y ver que hay una escuelita de baile, que las chicas se fabrican su propio vestuario, que el material de que dispone la profesora es una copia en cassette de un mp3 de “Solo Compás” bajado de Internet que le regaló alguien de las ciudades grandes y lo pone en un equipo que apenas alcanza para hacer las clases; es gratificante encontrarse de pronto con algún chico que ha sacado de oído unas cuantas falsetas, las toca en una guitarra de la peor calidad y con unas cuerdas que en el mejor de los casos servirían para poner a secar ropa, desconoce las técnicas de la guitarra flamenca y ha descubierto que rasguear como el charango es lo más parecido que le sale al rasgueado del flamenco y sin embargo tiene intención, tiene sentido rítmico y al menos intenta tener compás.

Hoy, cada vez más artistas flamencos famosos visitan nuestra región, pero esto no es suficiente. Algunos de ellos, ofrecen una clase magistral o abren un ensayo y eso se agradece, pero en definitiva, nosotros no tenemos las posibilidades de actualización y perfeccionamiento de los europeos: ellos tienen no solo la ventaja de un poder económico incomparablemente superior al nuestro, sino también la de habitar un continente pequeño y poder, en consecuencia, viajar en su propio vehículo a España a tomar clases, cursillos y asistir a los mejores eventos flamencos, como la Bienal de Sevilla, el Festival de Guitarra de Córdoba, el Festival de Cante de Las Minas en La Unión, el Festival de Jerez y muchos otros. Para ellos las puertas están abiertas, aunque no estamos seguros de que sea necesariamente porque en España crean en el flamenco hecho por quien no haya nacido allí y más concretamente en Andalucía, sino porque esos europeos dan curso y alimento al mercado del flamenco de modo mucho más eficaz y cortoplacista que nosotros, que encima del problema geográfico, tenemos el de vivir con unas monedas blandas que ante el euro o el dólar suelen quedar reducidas a un raquitismo impetuoso.

Por otra parte, los países con mejor economía pueden organizar festivales flamencos a los que acuden desde Andalucía figuras connotadas que hacen el cartel y cuyos nombres venden las entradas. Algunos suelen incluir artistas locales, pero lo cierto es que el plato fuerte lo hacen los que llegan desde España. Con esto, en estricto rigor, los flamencos latinoamericanos no progresamos ni nos desarrollamos, por linajudas que sean las visitas y por agradecidos y reconocidos que quedemos de sus conciertos o espectáculos. Podemos mirarnos en ellos y tomar ideas y elementos, pero entonces seguimos obteniendo el mismo resultado que deviene de una buena sesión de vídeos, con la ventaja de que el vídeo lo podemos rebobinar y pasar en cámara lenta e incluso cuadro a cuadro y además, gratis...

Lo cierto es que, aunque un andaluz que vive acá nos haya sugerido que a esto que hacemos no le llamemos flamenco porque flamenco solo puede llamarse el que se hace en Andalucía, en Latinoamérica hay flamenco, lo hacemos lo mejor que podemos, lo amamos con devoción y aunque nadie nos invite a ello, nos sentimos parte de él. Buscamos formas de crecimiento, queremos aprender lo que no sabemos, trabajamos para difundirlo seriamente y si cometemos errores, que sin duda los cometemos y muchos, aceptamos el correctivo de los que saben cuando es bien intencionado, cuando no nos insulta y cuando no nos descalifica. Preguntamos cuando tenemos ocasión de hacerlo, pedimos un consejo y lo recibimos con gratitud cuando nos es dado por personas de espíritu generoso y vaya cosa, resulta que muchas veces recibimos más amistad y más respeto de los artistas que vienen por acá, que de los estudiosos que escriben los libros y deciden que todo aquél que siquiera se atreva a tocar las palmas sin haber nacido en el “triángulo cantaor” es un invasor que quiere apropiarse de un patrimonio que repito: aunque la UNESCO no lo reconozca, hoy ya es, por derecho propio, de toda la humanidad. De otro modo, a ver quién me explica a mí la cantidad de academias, tablaos, festivales, congresos, cursillos y espectáculos de flamenco que hay en pleno desarrollo, a esta misma hora, en el mundo entero.