Sirimusa


Discos Flamencos
José Manuel León
Bost, 2006 
Pablo San Nicasio Ramos


En 2006 nos llegaron noticias de un guitarrista de Algeciras. Sólo por eso había que ponerse las pilas y buscar el currículum de este José Manuel León.

Y no hizo mucha falta tirar de archivos o de la memoria de elefante. A la primera uno caía en que el gaditano había estado grabando en el estudio de Gerardo Núñez con la “Nueva Escuela de la Guitarra” y recordaba que Carmen Linares, la señora del cante, se lo había llevado de “bolo” más de una vez.

Así que cuando este “Sirimusa” apareció, el aficionado guitarrero tenía motivos para la esperanza. Los primeros discos de un guitarrista suelen ser siempre trabajos muy logrados porque el solista lo da todo, quiere un “toque” de atención con su nombre; y esta vez no podía ser menos.

José Manuel León se hace el hueco que buscaba. Nos toca la fibra y llega, de todas todas, a hacerse a la primera con un nombre en el panorama del toque, un lugar como solista y quizá, subir hasta la mismísima cabecera de su generación. Hay que decir que Pablo Martín, el genial bajista de Gerardo Núñez, se echó primero la manta a la cabeza y luego un cable al guitarrista. Producir el disco de debut de un flamenco que empieza es siempre algo arriesgado y romántico.

Las bulerías que dan el nombre al álbum poseen unas texturas armónicas novedosas. Pero ojo, la novedad aquí, en este disco, no se sale un milímetro del flamenco. Ahí está el triunfo. Esta pieza es un resumen de todo el recorrido que viene después. Técnica de primer nivel (los nuevos ya tutean técnicamente a cualquier guitarrista de la Historia), sencillez en la idea, con lo que podemos llegar a los oídos y no sólo de los guitarristas, personalidad propia (José Manuel León consigue no parecerse a nadie) y, como decimos, muchísima flamencura.

“Rejas de bronce” es un toque extraño y a la vez intenso. Aglutina momentos por tientos, tangos, tanguillos y bulería. La voz de la señora de José Manuel, Alicia Carrasco, queda a caballo entre añeja (por las letras) y nueva (por la edad y las ideas). Pieza de nuevo flamenquísima, con el buzuki de José Manuel y los acertados pitos de percusión. Atentos todos a las armonías que soportan las letras, qué belleza.

En materia armónica este disco es muy llamativo. Al principio de los temas suelen aparecer los acordes clave, no más de cuatro, todos de una personalidad rompedora. Y mira que es difícil en los tiempos que corren.

“Chorroskina”. Alegrías que siguen la estela de lo anterior. Es decir, seguimos en la cumbre. Técnicamente una joya. Armónica y melódicamente, también. Así se toca, señores. Es la misma demostración de que aún el flamenco puede avanzar por sí mismo.

Algo de la influencia jazzera de José Manuel sale a la luz en “Tonga”. El joven gaditano siempre ha confesado su devoción por otras músicas y su gran débito con el estilo de Cañizares. Sin embargo, y aunque estos tangos poseen aires “extraños”, no es menos cierto, me repito, que la flamencura de la guitarra pesa más que nada y que hay otros muchos autores menos flamencos que, sin embargo, “no avisan”.

“Río de la Plata”, por granaína, “Travesía de la Soleá” e “Isla Verde” por fandangos, son tres piezas intimistas. De una solvencia tal que en muchos discos de guitarra serían piezas centrales. Toques además de una duración más que aceptable y donde el concepto de bajo armónico (sea el de la guitarra o las colaboraciones) refuerza mucho la idea de un estilo musical propio o, cuando menos, no muy extendido en el panorama de la sonanta.

“Hay que ser positivo” es una rumba con tintes chill y originalísimas intervenciones a la percusión. Obra extremadamente guitarrística. Experimental y de un resultado luminoso.

Más lugares a los que dedicar guitarra: “Plaza la Palma”. Bulerías en las que hay un precioso trémolo introductorio que da paso a un concepto de compás muy de Cádiz. Es el bajo el que lleva casi todo el peso. La guitarra hace sin embargo algo más difícil: se encarga de poner el “aire”, no sabemos si el levante o el poniente, a la bulería. La susurra. Chapeau.

El colofón de “Los Niños del Atún” va de funky y rumba a partes iguales, va de fiesta juvenil en Algeciras aunque podía ser en el Bronx. Su guitarra se ha emborrachado de flamenco y lo deja para terminar entre las risas de sus colegas.

Por este disco de debut yo también me iba de juerga. Un león, este José Manuel.