Singular Femenino


Discos Flamencos
Antonia Contreras
AP, 2022
Alfredo Barrera


LA PLURALIDAD HUMANISTA DE “SINGULAR FEMENINO” DE ANTONIA CONTRERAS

ALFREDO BARRERA CUEVAS


Lo singular es único, en cuanto a número, o extraordinario, en cuanto a excelencia. Lo femenino es distintivo, en cuanto a género, y referente, en cuanto a filantropía. Lo singular y lo femenino forman una conjunción de armonía y enriquecimiento mutuo que engrandece todas las cualidades de la humanidad. Y ese hecho queda patente en esta obra, donde la mujer aparece en primera persona, pero resplandece la pluralidad y nos acerca a confines humanos de la integridad, como especie. Creo firmemente que lo que debe hacernos humanos a todos es la ecuanimidad ya que, si todos estamos expuestos al rechazo o podemos sentirnos frágiles ante el desamor, si todos somos vulnerables al paso del tiempo o necesitamos permanecer apegados al vínculo maternofilial, a priori, de igual modo, no deberíamos permitir que otras circunstancias hagan más indefensas a unas personas que a otras por un rasgo sociocultural concebido por la propia humanidad como lo es el género.

Y esta obra se hace eco de todas estas apreciaciones porque en ella hay mucho más que singularidad y feminismo, que singularización y feminidad. La magnificencia de este trabajo se aprecia en muchos aspectos que van desde la propia esencia de lo femenino, evidentemente, por la acertada elección de las escritoras y la sutileza de cada letra, pero llega hasta la estructura y el diseño del disco, englobando la selección de cantes, también de marcada influencia femenina, las músicas que los acompañan, incluso la secuenciación de los temas que convierten el resultado final en una cohesionada composición. En ese conjunto y en cada una de sus partes se aprecia el estudio y la dedicación que existen detrás del fruto obtenido. Esta obra es una oda a la mujer a través de la música, la literatura, la reflexión, el estudio y la pasión por un arte que ocupa uno de los lugares más altos de nuestra cultura. Y más allá de todo esto, se vislumbra una condición de didáctica referente a literatura e igualdad ya que, cuando los doctos logren interpretar las músicas y los mensajes de esta obra, empezarán a incluirlo en centros educativos y universidades. Quizás lleve su tiempo, como lo lleva todo aquello que debe comprenderse en profundidad, pero no me cabe duda de que llegará a esos lugares y con esos propósitos.

De las escritoras y sus letras se han de valorar muchos aspectos como el trato de fenómenos sociales y culturales a través del acto reivindicativo ante la discriminación o el sentir desnudo por la tierra propia, la profundidad en conceptos como el tiempo, el dolor o la vida, la personificación y expresividad de elementos naturales y la sensibilidad ante distintos tipos de amor. Además, el disco nos acerca algunas autoras ampliamente conocidas y nos descubre y revela otras olvidadas u ocultas, en una selección de temas musicales asombrosamente idóneos para cada letra.

En lo musical, este disco trasciende al flamenco porque busca en las raíces y se expande en el acervo cultural y evolutivo. Toma elementos del folclore preflamenco, como la primera de las peteneras que se interpretan; estilos de fandango con raíces primigenias, como la rondeña; palos clásicos y elementales, como la soleá que encumbra este trabajo; composiciones de las músicas zíngaro-andalusíes, como la sorprendente y enriquecedora zambra; o sones de flamenco contemporáneo en los que se innova llegando a la creación, como las canciones aflamencadas en compás de bulería o rumba. Lo mismo ocurre con la instrumentación –o ausencia de ella– desde el recitado o las nanas cantadas a palo seco, hasta la percusión, pasando por los coros, palmas, nudillos o crótalos, junto con la imprescindible guitarra, que dotan a este trabajo de sonoridad, brillo y armonía. Por último, también cabe destacar una vocalización de los cantes limpia, diáfana, que llega a todos los registros, que culmina cada tercio y que embellece al poema, porque la poesía está hecha para ser leída o escuchada con claridad y en la voz de Antonia Contreras no pierde ni un ápice de luz y esplendor.

Se abre a nosotros esta obra, como lo hace la tierra para que resurja la cigarra de su letargo, al compás de bulería con esencias gaditanas y aires habaneros, creando una versión flamenca de la canción “Como la cigarra” de María Elena Walsh. Aquí, aunque la canción conserva el aroma a milonga argentina, la viveza y tonalidad de las guitarras de Juan Ramón Caro y Andrés Cansino dotan de frescura a la pesadumbre del tema original y convierten la melancolía en esperanza, como dando razón y significado a la propia letra de esta canción.

En el segundo acto de la obra se solemnizan el cante, el toque y la letra en una inmensa soleá. Los estilos del cante, de marcada creación femenina, me traen recuerdos de Mercé la Serneta, la Jilica de Marchena, Aniya la de Ronda, la Roezna de Alcalá o Teresa Mazzantini, con aportaciones de Pastora Pavón, que siempre hizo versiones enriquecedoras de los cantes que interpretó. Me parece interesante cómo se adaptan los estilos de soleá a cada letra porque hay que saber conjugar los acentos de los versos del poema con los acentos de la música, del compás, del cante y de cada estilo particular. Del poema “Tiempo”, de Dulce María Loynaz, se han tomado las letras para esta soleá, y así se titula este tema en el disco. El tiempo, un concepto tan complejo como misterioso que las estrofas del poema expresan con una profundidad lorquiana y permiten que los cuerpos del cante tomen una dimensión enorme. Por su parte, la guitarra de acompañamiento de Juan Ramón Caro está llena de matices, la diversidad de variaciones que hace en los respiros entre los distintos tercios son extraordinarias, las caídas en cada cante son acertadísimas, el propio acompañamiento se adapta a cada estilo, porque suena a Alcalá cuando se canta por Alcalá y tiene cierto regusto a soleá por bulerías cuando se canta por Jerez, más allá de la tonalidad por medio en la que se toque, ya que el aire que se le da al compás, al tañido, a la cadencia es el que te transporta a la región cantaora concreta.

A la soleá le suceden los cantes abandolaos titulados “A la luz del sol” donde, simulando a la propia rosa de la primera letra de María Rosa Gálvez Cabrera –que brota incomprensiblemente, pero que ya nace flor–, la salida de la guitarra de Juan Ramón Caro surge de la nada para convertirse en compás abandolao habiendo nacido ya con ritmo y medida, y al final de la composición, de nuevo la guitarra, como el canto del ruiseñor que aparece en la segunda letra de la misma autora, se diluye hasta desaparecer. El cante es un alegato a la simetría, donde se interpreta una clásica salida antes del primer cante, la rondeña malagueña, y se reconvierte la estructura de la salida en un remate, tras el segundo y último cante, el abandolao de El Cojo de Málaga, cantes marcados con la influencia de Jacinto Almadén y el propio Cojo de Málaga, cantaores ciertamente olvidados, pero que tienen nombre propio dentro de la historia del flamenco. Para acercarnos parte de su tierra, Antonia Contreras nos interpreta estos dos cantes del amplio abanico de cantes de la provincia malacitana, a los que ha sabido imprimir el sabor, la expresividad y el vibrato que requieren y les hacen tener ese aroma particular que caracteriza a los abandolaos malagueños.

En este momento llega el primer respiro al cante con un recitado, en la voz de Adelfa Calvo, que da presencia en la obra a una de las damas del cante, su abuela materna Dolores Jiménez Alcántara, La Niña de la Puebla. “Dicen que no hablan las plantas”, de Rosalía de Castro, un poema que más que un respiro al cante debió dejarlo sin aliento, porque esa alegoría a los sueños reflejados en el deseo de la eterna primavera te sume en una reflexión sobre algo que se antoja imposible, pero que viaja sobre algo que parece necesario.

De nuevo aparece el cante en escena con el “El trinar del ave”, un tema musical que engloba otros dos profundos poemas de Rosalía de Castro, “Recuerda el trinar del ave”, donde se manifiestan las limitaciones del genio que pudo reproducir sonidos extremos de la naturaleza con su arpa, pero al que le fue imposible emular sonidos tremendamente tristes del sentir humano, y “Negra sombra”, que muestra lo difícil que resulta el olvido, simbolizado en la sombra que aparece en los lugares más insospechados para traer recuerdos de los que creíamos habernos despojado. Con la zambra del Sacromonte nos sorprende este tema, que mantiene las esencias del mestizaje entre culturas, pero crea un arco melódico renovado y personal que permite advertir ecos de diversos cantes de la extensa familia de los tangos, en toda su entidad de cante básico. Nos encontramos ante una composición que recoge magistrales fragmentos de la zambra en compás binario, desde la majestuosidad de aquella adaptación morentiana de la zambra “El gitanillo errante”, del compositor Luis Mejías, hasta el embrujo artístico que imprimió Carmen Amaya a este estilo musical. En la representación de los directos, con el baile de Carmen Camacho, que de alguna forma debía aparecer en el disco, y aquí acompaña con los crótalos o chinchines, queda patente todo su esplendor. En este sentido, me parece grandiosa la amplitud y versatilidad que adquiere esta zambra, que conserva la esencia de la danza primigenia, tan sugestiva como evocadora. La guitarra contribuye sumamente a todo lo expuesto, ya que Juan Ramón Caro ha ido creando, en distintas etapas de su carrera, una versión distintiva que, en esta composición, llega a jugar con los contratiempos, junto al cante, y por la que rezuman los sonidos arábigo-andaluces. Es un toque de acompañamiento creado bajo los patrones folclóricos, las composiciones clásicas y flamencas, que me traen reminiscencias de la zambra granadina de Albéniz o la danza árabe de Sabicas y recuerdos de la zambra del moro Tharsis de Niño Miguel o el homenaje a Juan Ovejilla de Juan Habichuela, algunas de las músicas que han ido marcando la senda del toque por zambra.

En el siguiente acto se nos presenta la petenera, un cante de leyendas, en clave de mujer empoderada, que nos acerca al misterio, al mal fario y al cruce de culturas. En la estructura de este tema se insinúan el germen y la evolución de este cante dentro del flamenco. El primer cuerpo de petenera encarna una interpretación folclórica de orígenes diversos, entre melodías sefardíes y sones de ida y vuelta, recordando la tierra mexicana de la propia la autora de las letras, junto con la versión flamenca más similar a estos cantos folclóricos, la interpretación de la Rubia de Málaga. El segundo y el tercer cuerpo se corresponden con las dos clásicas peteneras que la Niña de los Peines recogió de antecesores como Don Antonio Chacón o El Niño Medina y dejó establecidas para la eternidad. La guitarra de Andrés Cansino ha sabido conjugar el carácter folclórico con la cualidad flamenca y ha demostrado un quehacer flamenco algo olvidado en los últimos tiempos, ya que ha sabido imprimir un toque de acompañamiento que destaca por la sobriedad, despojado de adornos superfluos, que permite que brille el cante y que el necesario mensaje no encuentre interferencia alguna. “Hombres necios que acusáis”, de Sor Juana Inés de la Cruz, puede considerarse como uno de los primeros manifiestos del feminismo, con una clarividencia casi prohibitiva para la época en que vivió, pero de extrema necesidad, ya que la vida de esta mujer, conocida como “la décima musa”, sufrió duros pasajes marcados por el machismo y la misoginia.

De nuevo, la voz de Adelfa Calvo le permite un último respiro al cante con la “Adolescencia” de Carmen Conde, un poema entre la nostalgia y la candidez, donde se encierra el valor que el ser humano, en especial, la mujer, siempre ha dado a un hecho tan lleno de inocencia como de perdurabilidad en la memoria, el primer amor.

Cuando vuelve la música, lo hace en modo de canción con aires de rumba renovada que pone de manifiesto la capacidad compositora de Juan Ramón Caro. “Búscame en ti”, un soneto de Ernestina de Champourcín, adaptado a una música que, a su vez, parece inspirada en la propia letra. Qué bello es poner música a un soneto y aquí, letra y música, se impregnan de esos sentimientos encontrados, que buscan al amor como al refugio, y se reflejan en el juego de los ritmos acelerados y recogidos que se imprimen al compás instrumental, que se manifiestan en la fuerza y modulación registrados en la voz.

Para finalizar el disco, como una voz de madre que adormece a su hijo al acabar el extenuante día, surge el canto de una nana sui géneris, interpretada a capela, como es en esencia y origen, como tradicionalmente lo han hecho las madres con sus retoños en el regazo, pero adaptando una métrica octosilábica a la versatilidad del cantar de cuna, distinguiéndose de la composición más extendida, aquella con estrofas que alternan heptasílabos y pentasílabos en sus versos. “Apegado a mí”, un tema con derechos de autor cedidos para la causa de este disco, donde Gabriela Mistral muestra una sensibilidad hacia ese ser que se forma en el propio seno materno y del que una madre no quiere separarse jamás; un tema que permite cerrar esta obra de la forma femenina más extrema, la divina maternidad.

La mujer es un ser taumatúrgico, es decir, que posee la facultad de realizar prodigios. Desde concebir el milagro natural de la vida hasta abrirse caminos en las sociedades más hostiles, su capacidad de superación es asombrosa. Y, pese a los impedimentos históricos a los que se ha enfrentado, ha sido capaz de desarrollarse en todas y cada una de las disciplinas humanas. Filosofía, ciencia, arte, literatura o música han tenido siempre la presencia femenina, aunque haya sido de manera anónima o hayan quedado ocultas en el olvido, una especie de ostracismo del que ha sabido emerger, reivindicándose hasta llegar al más alto grado de excelencia en cualquier orden y doctrina. Hoy la música es más música que ayer, porque la mujer es más visible. Lo es su literatura y lo es su voz. Se ha hecho desde el flamenco y lo ha hecho Antonia Contreras. Y esta obra recibirá el aplauso, que puede ser momentáneo, cosechará el éxito, que suele ser efímero, pero obtendrá el reconocimiento, y ése es perpetuo.