Si le pones etiquetas


Opinión
Marcos Escánez Carrillo


Si le pones etiquetas


Marcos Escánez




He hablado pocas veces de fusión y sí que lo he hecho hasta la saciedad de evolución. Como máxima, quiero dejar bien claro que la historia del flamenco es evolutiva en esencia, siempre a mejor, siempre enriqueciéndose musical y culturalmente, siempre incorporando nuevos elementos que pertenecen a otras disciplinas musicales y culturales de todo el mundo.

Si revisamos la discografía de la primera mitad del siglo XX, podemos observar que la inmensa mayoría de los artistas flamencos andaban en la búsqueda de ese elemento que los distinguiera de los demás, esa letra, esa música, ese detalle, esa forma de abordar el cante que le permitiera ser demandado en la troupes que llevaban a las más señeras figuras del momento recorriendo los pueblos de España. Esa búsqueda no era el germen de nada, sino la propia evolución de este arte. Una idiosincrasia, seguramente heredada del carácter andaluz, que definió paulatinamente lo que ahora conocemos como flamenco.

Y algunos incorporaban elementos de otras culturas. Proliferaron los modos árabes, formas latinoamericanas, fragmentos literarios de zarzuelas o trocitos musicales de la clásica. Y todo entraba perfectamente en la estructura flamenca porque esa es una de las más importantes bondades que tiene esta música. Sin duda, porque el flamenco, en esencia, es el resultado de la fusión de culturas y sigue siéndolo.

Pero hubo una época en la que crear estaba “penado”. Una generación de artistas que sufrió desprecios y vejaciones por la flamencología imperante. Eran los años 60 y 70 sobre todo, aunque también podríamos hablar de los 80… Una veintena o más de años que paralizó la investigación sobre el flamenco y lo peor, sesgó la creatividad. Expresiones como “El flamenco está ya hecho” fueron suficientes para acallar las inquietudes de la mayoría de los jóvenes creativos.

Y tengo la necesidad de volver a poner estas ideas en valor, porque recientemente he conocido a una persona con una extraordinaria sensibilidad que encontró en el flamenco uno de sus verdaderos pilares de conciencia. Hasta el punto de decidir vivir en Andalucía para avivar ese sentimiento y provocar la cercanía con este arte. Estableció amistad y se relaciono con muchas personas del ámbito flamenco, sobre todo estudiosos y académicos en su afán por acercarse al conocimiento más riguroso desde su insaciable curiosidad.
Y en cambio, su perspectiva estaba condicionada por ese sentimiento insano de la inmovilidad y la letanía. Me sorprendió su necesidad de etiquetar el arte, en total contraposición con lo que verdaderamente sentía. Y me explico…

Se puede explicar cómo es un quejío, una melodía, un alarde; se puede explicar el efecto físico que produce en uno, si se te eriza la piel de la nuca, el bello del brazo o si sientes uan especie de hormigueo en el bajo vientre; pero no se puede explicar cómo conecta una cosa con la otra sin recurrir a la figuración.

Si bien Lorca quiso explicarlo a través del duende, que es otra figuración, bella por poética, pero ineficaz, la conexión de las formas con tu fondo es simplemente un sentimiento, y hay cosas que cuando les pones nombre, las limitas.

Esta persona, exquisita en las formas y en el fondo, me entendió cuando le dije que en la propia definición está tu cárcel. Y lo mismo sucede con la música cuando nos empeñamos en etiquetarlas sin que existan los criterios exactos que no nos permitan equivocarnos.

El principio está ahí, y nosotros no hemos llegado.