Manuel Romero, CD “Sentir lo jondo”, La Cúpula Music, 2018
LO JONDO Y ETERNO EN UNA VOZ IDÓNEA Y PLENA
José Cenizo Jiménez
Manuel Romero Jiménez, Manuel Romero para el arte, nació en Pedrera (Sevilla) en 1980. Ha logrado numerosos premios en concursos, siguiendo la tradición de otros cantaores, compaginando acompañamiento al baile (lo hemos conocido más, personalmente, junto al grupo de la paradeña Eli Parrilla), concursos y actuaciones en solitario. Premios como los del concurso Peña “La Soleá” de Nerja (Málaga), primer premio del concurso de soleares “Naranjito de Triana” de Dos Hermanas (Sevilla), Casa del Arte Antonio Mairena de Mairena del Alcor (Sevilla) o, más recientemente, en 2017, del concurso “Membrillo de oro” de Puente Genil (Córdoba).
“Sentir lo jondo”, no obstante, es un trabajo perfecto de relojería flamenca, jonda. El título lo dice todo: el cantaor es un gran aficionado al cante clásico, un intérprete consciente y maduro del mismo y un hombre con una sensibilidad hacia la belleza y profundidad del cante flamenco a lo que suma su compromiso con el ser humano y con su tierra.
Contiene diez cantes: mirabrás, malagueña, soleá de Cádiz, bulerías, tangos del Piyayo, milonga, bulería por soleá, seguiriyas, fandangos, toná. Un abanico variado de diferentes familias del flamenco y de lo flamenco, una riqueza compartida que Manuel no ha dejado escapar, aunque sobresale el perfil más tradicional. En la voz del cantaor, que sabe apretar y pellizcar por alto y por bajo con sentimiento, estos cantes suenan a una partitura, si me permiten, renovada, a lo que ayuda además el repertorio de letras nuevas y conseguidas, fruto de la inspiración, básicamente, del impagable y garantía de calidad José Luis Rodríguez Ojeda, y, en algunos cantes, de José Belloso y José Luis Blanco, aparte de un apunte de Manuel Balmaseda.
Las guitarras que acompañan es otro logro de la obra: Eduardo Rebollar, un templo de clasicismo jondo y de respeto al cante, aquí también responsable de la dirección musical en sus “Artes Escénicas Rebollar”; Manolo Franco, siempre un lujo; Pedro Barragán, que nos imanta en sus intervenciones en la malagueña o la milonga; y Ulrich Gottwald “El Rizos”, en su sitio en los tangos del Piyayo. Se unen, es justo citarlo, las palmas de Roberto Jaén y Tamara Lucio y los jaleos de Nano de Jerez, Rebollar, Jaén, Lucio y Jeranys Pérez.
José L. Ortiz Nuevo, otro lujazo, escribe las palabras de laudatoria, “Verdá”, donde dice de Manuel Romero que es una “excelente criatura de la afición”, “cantaor andaluz íntegro cabal honesto aficionado y artista jornalero paradigma de respeto al canon como experiencia fructífera”, así, sin puntuación, como hace a veces. La fotografía de portada, por cierto, es magnífica, con el cantaor serio, concentrado, como ofreciéndose en un ritual o ceremonia.
Las influencias en su cante son palpables, destacando el homenaje explícito a Miguel Vargas, al que dedica “Honores a Miguel Vargas”, una malagueña que dice con el remate por rondeñas y abandolao: “Ejemplo de los mejores / que vida y cante hayan hecho, / cantaor de cantaores / hombre claro y por derecho”. Todo el disco nos ha gustado por su manera de afrontar con valentía el cante, por su bravía disposición, por su contenido; si acaso destacamos la soleá de Cádiz -en su justa medida y con letras sociales pasadas por la queja individual: “El el mundo he visto yo / que el dinero tiene ley; / la pobreza, obligación”, los jugosos y jaleados tangos el Piyayo, la vibrante bulería por soleá (que en la presentación del disco en Sevilla nos erizó la piel), la seguiriya (con un contundente remate con letra de José L. Rodríguez Ojeda: “La más señalá: / Fiesta de Triana…/ Murió mi madre, día de Santa Ana, / en el hospitá”), o la toná.
Todo se concita, en fin, para que estemos ante un trabajo discográfico vivo, intenso, perdurable. Una obra hecha con una entrega admirable y un conocimiento extenso y cabal del cante.