Rocío Molina en Cajasol 2019


Opinión
José Cenizo

José Cenizo


ROCÍO MOLINA CLAUSURA CON BRILLANTEZ EL CICLO DE FLAMENCO DE CAJASOL EN SEVILLA
UNA LECCIÓN DE ARTE DE UNA MAESTRA SIGLO XXI



José Cenizo Jiménez



Espectáculo: “Impulso”. Sevilla, Fundación Cajasol, miércoles 19 de junio de 2019. Baile: Rocío Molina. Guitarra: Eduardo Trassierra, Yerai Cortés. Cante: José Ángel Cortés, Israel Fernández. Palmas: José Manuel Ramos “Oruco”. Dirección técnica e iluminación: Antonio Serrano. Sonido: Javier Álvarez. Ayudantía de producción: Magdalena Escoriza. Dirección ejecutiva: Loïc Bastos. Aforo: Lleno.




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Territorio Molina. Lleno total para la noche de clausura del ciclo de Flamenco de Cajasol, un clásico de los espectáculos de flamenco de Sevilla. ¿Espectáculo el de Rocío? En los créditos del programa se nos dice “Impulso no es un espectáculo. Impulso es una improvisación, una performance, el laboratorio de Rocío Molina que se abre al público, un work-in-progress, un modo de investigación previo a la producción de un nuevo espectáculo, una etapa integrada en el proceso de creación”.

Lo que vimos fue una artista en todo momento presente en el escenario, mandando pero obediente a la vez, atenta a los compases de la guitarra y del cante, a veces incluso en connivencia con el público. Admirable esa capacidad de ser la dueña del espectáculo -eso era en definitivo, algo para ser visto-, la estrella, el centro, y, a la vez, dar su sitio a buenos compañeros de noche flamenca.

A la altura el cante rotundo y entregado de Israel Fernández y de José Ángel Carmona, llegándonos el segundo un poco más con su eco caracolero. De agradecer el juego de acompañamiento de las guitarras de Eduardo Trassierra y Yerai Cortés, con sus detalles de creatividad sobre todo en las introducciones e intermedios, a menudo de un delicioso lirismo subrayado con arpegios, trémolos, etc., de una eficacia rítmica y perfil emotivo que agradecemos.



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“Impulso” es un compendio de supuestos ensayos, o mezcla de improvisaciones y premeditaciones, o lo que sea, en todo caso lo que se ve es un juego constante y convincente de matices flamencos en el cante y en el toque, abordando estilos como la malagueña, el taranto, el pregón, los tangos, la guajira, las bulerías, la soleá, los fandangos… Una rica gama muy clásica que, al baile, encuentra en el territorio Rocío Molina un medio de expresión, el cuerpo, desde el moño hasta los pies, lleno de mil posibilidades, algunas verdaderamente espléndidas e incluso casi imposibles como los sorprendentes giros o las difíciles inclinaciones del tronco hacia atrás que no todos hacen hasta ese ángulo y para los que se requiere una flexibilidad corporal trabajada y constante.

Rocío explora ese territorio corporal como hacen todos los artistas del baile, pero el territorio Rocío, quizá paradigma de lo que se ha llamado de “danzaora”, sin intención alguna en este caso de connotación negativa, al contrario, es una geografía poblada de pasado y de presente que mira hacia el futuro. Por algo, en el baile vimos recuerdos de Fernanda Romero en el taranto, de Mario Maya en el zapateado sentada en la silla…

Es una simbiosis en su caso sobresaliente entre la tradición y la renovación, juegos personales y magistrales entre los códigos del flamenco -el principal, por fortuna, esta vez- pero también de la danza contemporánea, con elegancia, e incluso, en algunos detalles intencionados, de la danza de los derviches, la danza árabe… Rocío movió todo, supo hipnotizar hasta cuando estaba casi quieta, modelar el aire con todas las partes de su cuerpo, sacar lo mejor de sí misma con bata de cola (al final en la soleá, aunque apenas la usó), el palo (a modo de bastón), los chinchines… Rocío lo bailó todo con esa naturalidad, libertad y flexibilidad que la caracteriza y que le está dando tantas recompensas. Si dicen que hay que tener sello, aunque sea de Correos, Rocío Molina lo tiene, sin duda, y es un gran sello personal de flamenco, de danza, de arte. Eso: Territorio Rocío, técnica y libertad, entrega y naturalidad.