Mundo y forma de la guitarra flamenca


Discos Flamencos
Manolo Sanlúcar 
CBS (1971, 1972 y 1973)
Carlos Ledermann


Volúmenes I, II y III



En la guitarra flamenca de las últimas tres décadas y media existen verdaderos hitos que no deben olvidarse, no deben postergarse en ningún recuento, ni deben dejarse de lado a la hora de revisar lo verdaderamente importante que se ha grabado. Durante demasiados años la trilogía “Mundo y Formas de la Guitarra Flamenca” que Manolo Sanlúcar grabara entre 1971 y 1973 para el sello CBS, durmió en el más absoluto silencio en alguna bodega y seguramente las carátulas de los vinilos se llenaron de moho, porque se trataba de unas grabaciones a guitarra limpia y para muchos, con un lenguaje “anticuado”. Costó todos estos años, hasta el 2001, que alguien se diera cuenta de que ahí, en esos tres discos, hay más verdad que en muchos discos de guitarra flamenca que han aparecido posteriormente, donde a veces queda en evidencia que ser un buen guitarrista es una cosa, pero ser un buen músico, otra muy distinta. Porque de hecho, en el mundo de los instrumentos de la orquesta clásica, por ejemplo el violín, es posible reunir a más de veinte buenos violinistas y formar las secciones de primeros y segundos violines de una buena orquesta filarmónica. Pero esos mismos veinte buenos violinistas, por estupendos que sean, tendrán que acompañar al que además es un músico excepcional, el solista, el maestro, el que no toca tras un atril porque puede hacerlo de pié delante de toda la orquesta, el que está por sobre cada uno de los integrantes de la cuerda de los violines.

Esta serie de discos, sin lugar a dudas, constituye una lección magistral para todo aquél que quiera crecer y llegar a tener un lugar en el mundo de la guitarra flamenca y no porque se trate de un compendio de mecánica y técnica deslumbrante –que por cierto también aparece cuando es preciso- ni porque quede en evidencia una pirotecnia alucinante, ni porque los acordes esto, ni la velocidad aquello, sino por su contenido artístico, por su bagaje musical y su esencia radicalmente flamenca.

Manolo Sanlúcar era muy joven cuando abordó esta empresa tan compleja. Grabar un disco de esta magnitud artística, a razón de uno por año durante tres años, es algo que en la guitarra, no ha hecho nadie. Joven, efectivamente, pero exhibiendo ya una madurez y un nivel de comprensión irrefutables del mundo musical en que había crecido y en el que habría de desarrollar ideas y proyectos que lo llevarían más tarde a generar obras maestras como “Medea”, “Tauromagia”, la “Sinfonía Aljibe”, “Locura de Brisa y Trino” y la música de la “Mariana Pineda” de Sara Baras. Sin artificios, sin rodear la guitarra de otros instrumentos, sin ocultarse detrás de una agrupación, Manolo Sanlúcar fue ordenando cuidadosamente este material y entregándolo en tres placas a la afición de la época. Las circunstancias privaron a las generaciones que despuntaron en los ’80 y los ‘90 de esta obra, pero felizmente hoy estos trabajos están de regreso, en CD y remasterizados por Luis Carlos Esteban, pero conservando el sonido de los ’70, ese sonido sincero, real, sin los efectos que la tecnología del sonido ha impuesto en los últimos años y de los que tan majadero uso se hace con alguna frecuencia.

Reseñar en detalle, tema por tema cada uno de los tres discos, podría resultar largo y agotador. Demos, pues, una mirada sinóptica a estos discos, partiendo naturalmente por el Volumen I, que abre la serie en 1971. Lo primero que nos llega es un zapateado de notable dificultad técnica, como todo lo que compone y toca Manolo Sanlúcar. “Andares Gaditanos” es una pieza refrescante, (para el que lo escucha, no para el que lo toca, podemos asegurarlo) sin pausa y musicalmente sin debilidades. Construido en el tradicional tono de Do mayor y mostrando ya elementos poco habituales en la guitarra flamenca como la recapitulación (Paco lo haría más tarde en la bulería “Almoraima” con una inversión de formas incluso más atrevida) y la división en secciones, este tema sube el telón y tras un final a la manera más tradicional, con acordes duros y rítmicos de color casi orquestal, da paso a los atractivos fandangos de Onuba y luego a su famosa “Colombiana de Bajo Guía”, ese alegre barrio pescador –y cantaor- a orillas del Guadalquivir. Manolo volvería a grabar esta colombiana cuatro años más tarde, en el disco llamado simplemente “Sanlúcar”, pero esta vez adobada con otros sonidos instrumentales, vibráfono incluido.

El “Taranto del Santo Rostro”, que le sigue, es un tema de gran belleza, no excesivamente complejo en lo armónico, pero compuesto con sensibilidad y desarrollado con parsimonia.

“Bulerías de las Gitanas Marquesas” es el título de uno de esos temas que no acertamos a entender porqué Manolo no recuerda de cuando en cuando, tal vez uno de los ausentes de relevancia en la nostálgica remembranza que conforma su actual programa de “Tres Momentos para un Concierto”. Bastante atípicas en la concepción, estas bulerías modulantes y de una musicalidad arrobadora, constituyen una página magistral en la creación del maestro gaditano, mostrando ya algunos de esos picados extensos pero expresivos, como los que más tarde pondría en su “Fantasía” para guitarra y orquesta o en la rondeña “Elegía” a Ramón Sijé.

No es posible pasar por alto la zambra “Herencia Oriental”, tal vez la más hermosa y sugerente composición que hemos escuchado por este estilo que también cultivaran con acierto Esteban de Sanlúcar y el maestro Sabicas, entre otros. Con una introducción que por momentos pareciera rozar una atmósfera pentatónica y un posterior desarrollo basado en el característico pedal de las bordonas, Manolo lleva esta forma musical una cota emotiva y estética difícilmente igualable, mucho menos hoy, cuando ya la zambra parece, irreversiblemente, cosa de un pasado lejano.

Completan el Volumen I las “Sevillanas de las Cuatro Esquinas”, a dos guitarras y las “Alegrías de Torre Tavira”, en las que se advierte una entrada muy similar a la que más tarde hará Manolo por soleá y algunas pinceladas que encontraremos en la alegría “Cuando un Gitano Mira al Cielo”, que grabará diez años más tarde en su disco “Candela”.

Abre el Volumen II, grabado en 1972, la “Taranta del Pozo Viejo”, de factura similar al taranto del Volumen I, aunque tal vez más enérgica y movediza y abundante en un elemento ornamental que caracteriza desde siempre a la música y la ejecución de Manolo Sanlúcar : el trino.

“Viva Jerez” solo puede ser el título de unas bulerías. Vivaces y entretenidas, estas bulerías suenan encastadas y algo vertiginosas, como le gusta tocarlas al maestro hasta el día de hoy. Hacia el final, pareciera que se abrirán al gaditano tono mayor, pero no es más que una falsa alarma.

“Mi Farruca” es un tema delicioso. Compuesta en el tono de La menor y tocada con la cejilla al dos, suena muy pausada, con giros armónicos tal vez predecibles pero amigables, cercanos, amistosos, conduciendo a un final vigoroso y abierto.

La “Guajira Merchelera” llega cálida y acompasada, un tema bonito sobre el que no nos extenderemos mayormente, más que nada en función del que le sigue : la “Elegía al Niño Ricardo”. Esto ya es otra historia. Compuesta en homenaje a la muerte del maestro de los de su generación, esta seguiriya es de una belleza que nos atreveríamos a calificar de insólita. Por medio y con cejilla al dos, grabada al comienzo con un reverb que le otorga profundidad y dramatismo, entra con el rasgueado brioso habitual en el toque por este estilo, pero pronto se aventura a zonas de la guitarra de difícil acceso, con un motivo que parece sugerir campanadas insistentes. La calma con que Manolo desarrolla las falsetas da cuenta de lo sentido de este homenaje, aún cuando el final es más rápido, tal vez rabioso, como una protesta. Una verdadera belleza, para escucharla en respetuoso silencio.

Y llega “Pasito a Paso”, la soleá, ese reino en el que Manolo siempre se ha sentido a gusto y donde ha sido particularmente prolífico, ese mundo único en el que ha desarrollado muchas de sus mejores ideas musicales y desde el cual ha dictado una verdadera cátedra. Esta soleá es de los pocos temas de aquella época que él suele tocar.

Llena de arpegios intrincados y ligados cristalinos, pero sobre todo de una solera arrebatadora, termina con un alzapúa prolongado, limpio y de muy difícil ejecución, que hoy sigue siendo un buen desafío para los jóvenes tocaores.

“Farolillos Caracoles” es un compendio de bonitas variaciones en la característica tonalidad de Do mayor, que da paso al “Brindis para Alberto Vélez”, una hermosa granaína dedicada al guitarrista huelvano, con quien Manolo tocó siendo muy joven. No siendo las granaínas un estilo que el maestro de Sanlúcar haya abordado con la asiduidad de la soleá, recordamos otra de gran belleza: la “Elegía II” de su disco “Y regresarte”, dedicada a García Lorca.

Y llegamos finalmente al Volumen III de esta magna entrega, grabado en 1973, que comienza con una malagueña titulada “Amanecer Malagueño”. Con una introducción profundamente meditativa, aligera luego el paso hacia un compás ternario, recuperando su libertad expresiva alternando una y otra vez los pasajes acompasados con los libres de medida y terminando con el clásico cambio a verdiales.

La “Soleá por mi Pare Isidro” en cuya dedicatoria homenajea a su padre, su primer maestro, nos muestra otra vez el dominio total que Manolo Sanlúcar tiene de este estilo. Compuesta por medio y con la cejilla al III, es de carácter algo más inquieto y más enérgico que la anterior “Pasito a Paso”, donde se percibía un aire más reflexivo.

A Don Ramón Montoya dedica la rondeña que sigue en este tercer volumen. Ya desde el comienzo hay más de alguna reminiscencia de lo que más tarde sería la “Elegía” que dedicara a Ramón Sijé. No se sintió Manolo obligado a citar textualmente pasajes de la rondeña de Montoya para rendirle este enorme tributo, que lo muestra ya como un gran compositor por este estilo. Un tema muy hermoso y lleno de detalles.

“Noches de la Ribera”, por alegrías en Mi mayor, parece hablar de su pueblo natal no sin cierto dejo de nostalgia, alternando diferentes tempos con lo que consigue acentuar las ideas musicales generando predisposiciones diferentes en el auditor. Con aroma a noche de verano, es uno de los temas más bonitos de la trilogía discográfica.

La minera “Barrenero” presenta un carácter enérgicamente sombrío desde los acordes iniciales, el que abandona en el resto de la pieza. En general, las líneas melódicas están creadas en las cuerdas graves, lo que remarca el semblante del barrenero, para el que siempre es de noche. Hacia el final descubrimos un pasaje que Manolo insertará, cinco años más tarde, en el primer movimiento de su “Fantasía” para guitarra y orquesta.

El “Garrotín del Calzoncillo”, curioso título por cierto, comienza con un picado alucinante, de esos que no sabe uno dónde va a concluir, pero viene, sin embargo, con una envoltura sentimental ante la que es imposible quedar indiferente. La belleza de las melodías que conforman esta versión “sanluqueña” de la tradicional canción asturiana, nos hace considerar a éste como otro de los grandes ausentes en los conciertos de Manolo. La magnífica versión que más tarde hiciera a dos guitarras con su hermano Isidro, no le va en saga en calidad y valor musical al celebérrimo “Ruy-Señor y Mirlo” que siempre se ha mantenido en sus programas, con toda justicia por lo demás, pero este garrotín merecía similar suerte. Digamos, a propósito, que Isidro Muñoz es uno de los músicos más talentosos, audaces e imaginativos que el flamenco ha tenido y si no se le conoce masivamente en esa condición, parece que se debe a su derecho a optar por el camino que mejor le pareciera y de hecho tampoco se ha equivocado –vaya que no- yendo por donde fue.

No podemos cerrar el comentario de este tema sin preguntarnos en qué medida influyó su factura en el estupendo garrotín que bajo el título de “De la vera” grabara Rafael Riqueni en 1990. Habiendo sido Riqueni alumno de Manolo, no tendría porqué ser una idea descabellada.

“Romero y Jara” es una serrana, estilo que hoy se oye muy rara vez como tema de concierto. Sin duda no resulta fácil hacer y marcar, en un toque de guitarra solista, la diferencia de intención musical que hay entre la seguiriya y la serrana, especialmente porque esta última tiene el mismo compás que la primera. Y en este tema, aunque la tonalidad (“por arriba) define cierto aire, tampoco queda esa diferencia muy claramente establecida porque repetimos: es sumamente difícil hacer en la guitarra una diferencia que donde mejor marcada queda es en el cante, mientras que en la guitarra parece muy complicado evitar que una falseta de serrana no suene a seguiriya tocada en Mi.

“Mundo y Formas de la Guitarra Flamenca” se cierra con un tiento titulado “Recreación”. Se trata de otro estilo que los guitarristas de hoy no cultivan como no sea cuando tienen que acompañar el cante, tal vez por no tener interés en detenerse a explorarlo y escudriñar las enormes posibilidades expresivas que tiene. Manolo cumple y lo desgrana tiñéndolo de su propia personalidad, aunque quisiéramos saber qué haría hoy si compusiera por tientos. Una incógnita más que atractiva.

Esta reseña ha sido larga, a pesar de que la intención era que fuera breve. Pero no es posible cuando se está frente a un trabajo que ha hecho y hará historia, porque ¿cuántos guitarristas de hoy se atreverían a acometer tamaña empresa? ¿cuántos hay que puedan tocar una pieza completa por 19 estilos, absolutamente en solitario?

Cuando comenzó, en su pueblo, el famoso curso de 1982, Manolo Sanlúcar contó a sus alumnos algo muy significativo : siendo muy joven, se propuso componer, primero, al menos una falseta de cada estilo que conociera. Si ese fue el patrón de desarrollo que él mismo escogió, qué duda cabe de que la segunda meta fue ésta que hemos comentado. Tardó años en reaparecer, es verdad, pero señores, ahí queda eso pa’ los restos, que se trata de una extensa clase magistral que nadie del mundo de la guitarra debe perderse. No estaba por entonces el cajón, el bajo recién hacía sus primeros coqueteos con el flamenco, no era usual rodearse de músicos y ni siquiera palmas hay en estos discos, ni jaleos, ni base rítmica alguna, como no sea algo muy tímido en la bulería “Viva Jerez”, es decir, aquí está la guitarra completamente desnuda, como nos parece que debe estar antes de arroparla con otros sonidos y algo nos dice que por donde Manolo partió, debieran partir todos ¿Que con un grupo es más entretenido, que es más atractivo, que hay más posibilidades, que se vende mejor, que gusta más a los que no son flamencos? De acuerdo, aceptemos que hoy por hoy ese planteamiento puede llevar razón, pero si primero no se es capaz de algo como esto, completamente a solas, entonces se puede ser un buen guitarrista, sí, pero administrativo, parte de un elenco, parte de una agrupación instrumental flamenca, nunca un músico excepcional, nunca un aspirante a solista y mucho menos alguien destinado a hacer historia.

No teniendo derecho ni estatura para ello, si algo podríamos regañarle al Manolo Sanlúcar de esos años y en este trabajo incomparable, es algo tan nimio como haber grabado la casi totalidad de los temas con la cejilla al II y no haber explorado otras sonoridades, partiendo por la que ofrece la guitarra sin la cejilla. Solo eso. Lo demás, solo gratitud por este legado que, a nuestro entender, todavía no goza del reconocimiento que merece.

Salud, maestro, por muchos años.