Locura de brisa y trino


Discos Flamencos
Manolo Sanlúcar 
Mercury, 2000
Carlos Ledermann


En las últimas décadas se han producido en el mundo de la música algunos encuentros casi soñados, las llamadas “reuniones cumbre” de dos ó más artistas que unieron sus talentos y sus propuestas y fundiendo todo aquello en un solo producto, nos acercaron a dimensiones que hasta entonces solo podían habitar en nuestra imaginación, en ese eterno preguntarnos “cómo sería si…”.

Astor Piazzolla con Stan Getz, David Oistrakh con Eugene Ormandy, Plácido Domingo con Pavarotti y José Carreras, Pat Metheny con Charlie Haden, Stanley Clark con Jean Luc Ponty, son algunos de esos encuentros mágicos que resultan completamente inolvidables. En el flamenco, claro que sí, estos encuentros siempre han sido habituales y con mayor razón en los últimos años, cuando la sed de experimentar y la curiosidad por saber qué pasaría llevaron a tantos y tantos artistas a reunirse y producir discos y espectáculos notables. Pero nos faltaba la reunión cumbre de Manolo Sanlúcar y Carmen Linares y los encontramos o quizá habría que decir que llegaron juntos en esta “Locura de Brisa y Trino” que, basada en versos de García Lorca, sorprendió distraídos a los aficionados de todo el mundo que, de buenas a primeras, no acabaron de enterarse de qué iba esto.

Llevamos seis años escuchando opiniones encontradas acerca de este trabajo. Unos dicen que “es un disco algo denso”. Otros opinan que es magistral. Éstos, que no es el lenguaje melódico de Manolo Sanlúcar; aquellos, que es muy intelectual y los de más allá, que es lo más grande que se ha hecho entre un guitarrista y una cantaora. Por cierto, “Locura de Brisa y Trino” no concita en su favor ese consenso mayoritario que sí lograra doce años antes “Tauromagia”. Y no puede concitarlo, entre otras cosas porque aquí hay algo, hay un elemento que en “Tauromagia” no estaba y que es lo que genera la división en materia de opiniones: hay una atmósfera armónica hasta ahora desconocida en el mundo de la guitarra flamenca y al decir esto no estamos ignorando, ni por un segundo, que la armonía en la guitarra flamenca había sido ya enormemente enriquecida mucho antes por las ocurrencias de Paco y las del propio Manolo, al contrario, eso no puede desconocerlo ningún buen aficionado. Lo que estamos diciendo es que en este trabajo, Manolo Sanlúcar deja asomar, por fin y de manera concreta, el embrión de algo que rondaba su cabeza desde hace mucho : la utilización de nuevos modos para hacerlos convivir con el Dorio que siempre hemos utilizado en la música flamenco andaluza y así proponer un nuevo lenguaje que tal vez, tal vez, mañana pudiera darle un nuevo y significativo golpe de timón al curso de la historia de esta expresión musical.

No es nuestra intención reseñar este disco desde una óptica demasiado especializada y ocupando un discurso de alta sofisticación técnica. Otros lo han hecho ya -en algunos casos muy bien- y en Internet eso lo puede encontrar todo aquél que guste de los devaneos teóricos para explicar lo inexplicable: el mundo de las sensaciones, porque independientemente de lo intrincado que el asunto pueda ser en su génesis, aquí lo que importa es si el producto gusta o no gusta, qué nos hace sentir, por qué nos sorprende y por qué queremos tenerlo y escucharlo cuando nos plazca, o, en su defecto, por qué después de la primera escucha no habrá una segunda.

Que Manolo Sanlúcar es, posiblemente, uno de los más grandes intelectuales que nos ha dado el flamenco, es algo que nadie que le conozca bien podría poner en duda: para él cada nota y el contexto en que ha de situarse es materia de largo análisis, así como todo el trasfondo artístico, expresivo e incluso humanista en que esa nota o esa frase o esa falseta o incluso ese tema completo fueron concebidos y el mensaje que por estar ahí conllevan. Esto se percibe desde sus primeros discos allá a comienzos de los ’70 y corregido y aumentado aparece ahora cuando la madurez y las canas que blanquean su cabeza hacen que sus dedos y su inventiva transiten por caminos un tanto inaccesibles para las generaciones jóvenes que, precisamente por serlo, prefieren mensajes más directos, sencillos y sobre todo vistosos y ojalá espectaculares. “Sanlúcar no me calienta porque pica muy poco” nos decía por ahí un pajarito de Dios hace algún tiempo y está claro que a ese niño no podemos pedirle que comprenda esta nueva ordenación de sonidos que Manolo propone, este nuevo y amplio espectro de modulaciones y este nuevo mundo de angustias, tensiones, resoluciones sorpresivas y luminosidades desconcertantes que emanan de la suya, una guitarra llena de premios y distinciones, pero no siempre comprendida y mucho, pero muchísimo menos, por quienes siguen sosteniendo que en el flamenco la guitarra solo se justifica cuando acompaña al cante y fuera de eso no tiene nada importante que decir.

Las percusiones maestras de Tino Di Geraldo son las encargadas de abrir el disco en “Adán”, con compás de doce, que luego dejan oír una guitarra ansiosa y traviesa que alterna intervalos conocidos con otros más tensos y acordes de estructura infrecuente en el flamenco, dando paso a la voz de Carmen Linares, que debe asumir que estas líneas melódicas no fueron concebidas simplemente como un cante más, sino pensando en la voz como otro instrumento con sus propias exigencias y desafíos. Es de suponer que cierto tipo de eruditos, que cuando escuchan algo que no les suena conocido lo definen como “melodías poco flamencas”, se habrán apartado de esto en breve al no encontrar aquí las melodías de siempre (¿flamencas?).

La cantidad de modulaciones y adornos que escuchamos en este tema es tal, que puede ser complicado seguirle de cerca. Los detalles como el acompañamiento melódico de la guitarra a la voz de Linares cuando advierte “a las puertas Federico llama…” o la filigrana impresionante que Manolo teje con los bordones hacia la mitad de la pieza, resultan alucinantes, así como alguna modulación cromática refrendada luego con las percusiones. Lo desconcertante aquí es el hecho de que literalmente no se sabe para dónde iba Manolo sino hasta que ha llegado y solo entonces se entiende el complejo entramado que lo condujo hasta allí.

Con ritmo de tangos y sin embargo un denso dramatismo en la introducción en tono de taranto aparece “Normas”. “Abeja, rumor o vino de tu número y locura; pero mi amor busca pura locura de brisa y trino” canta Carmen con un temple fantástico y unas tesituras que por momentos parecen no quedarle del todo cómodas, pero lo reconoce el propio Manolo: al componer los cantes no hizo concesiones. El tabla de Tino alcanza aquí momentos espléndidos en intervenciones breves que parecen marcarle el camino a la guitarra de Manolo, que sobre esa pulsación rítmica fenomenal parece revolotear con una sensación que queda a medio camino entre el gozo y la angustia, dando nuevamente paso a la voz de Carmen Linares que se desliza mágicamente sobre unos acordes que, vaya si esto es interesante, no siempre parecen estar pendientes solo de acompañarle.

“El Poeta Pide a su Amor que le Escriba” es el primero de los temas que no fueron compuestos según las normas del nuevo orden armónico que aparece en el disco, ya que los dos primeros sí fueron concebidos desde esas estructuras modales. Hemos oído a muchas personas decir que este debe ser uno de los temas más bellos que Manolo Sanlúcar ha compuesto en toda su carrera y no podemos menos que compartir ese juicio. Refrescante, no queda claro si por el tratamiento netamente tonal y el compás de bulería o porque aparece después de dos piezas bastante extensas y complejas, la prolongada introducción de las guitarras de Manolo e Isidro, siempre contrapunteadas, contiene pasajes melódicos de una belleza y originalidad incomparables. Si bien la letra de Federico expresa una ansiedad desesperada y las guitarras lo secundan con una movilidad no carente de nostalgia, este tema tiene un aire de alegre resignación magníficamente logrado. Es una de esas piezas que, por algún mágico motivo, uno no se cansa de escuchar.

“Carta a Doña Rosita”, con dedicatoria a la niña Cecilia Montero de Espinosa, es un tema con historia. Nos contaba Manolo hace un par de años que ya había llenado cuatro cintas con bocetos a la búsqueda de una idea desde la cual arrancar con el tipo de tema que él quería, hasta que una mañana entró al estudio decidido a empezar otro tema ya que no estaba satisfecho con nada de lo que había grabado, y nada más poner los dedos en la guitarra hilvanó una idea que, como él mismo decía, no pretendía hacer. Esto tiene que ver con una idea que Manolo tiene acerca de la necesidad de renunciar a sí mismo en el proceso creativo y dejar que esos “espíritus diabólicos” lo invadan y permitan que fluya lo que hay dentro y no lo que conscientemente se está buscando a veces, incluso, de manera obsesiva. Y así, cuando logró ese renuncio a sí mismo y como la cosa más casual pues ya había desistido de seguir buscando lo que no aparecía, nació esta “Carta a Doña Rosita”.

Basado en el acorde de Mi Mayor y con un dejo de nostalgia infinita, este tema es de corte tonal y obviamente tampoco fue creado desde el nuevo sistema que propone el maestro de Bajo Guía. Profusa en adornos, como la mayoría de la música de Manolo, es la única pieza del disco en que no está la voz de la maestra jienense.

En la pista siguiente nos llega la “Gacela del Amor Desesperado”, dedicada a Ángel Cañete. Aquí volvemos a los nuevos modos y a unas modulaciones tan inesperadas, complejas y envolventes, que pueden llegar a sumir al auditor en un mundo de ventiscas levantinas donde todo es posible. Claro, no se trata de la modulación por la modulación, que eso cualquier estudiante de segundo año de armonía lo puede estar haciendo por horas hasta reventar el círculo de quintas, sino de la maestría que requiere la generación de unas atmósferas inverosímiles que, aún revisándolas guitarra en mano, siguen pareciendo inexplicables si solo nos quedamos con las cadencias plagales de la tonalidad occidental y si solo nos quedamos en el modo dorio como únicos referentes. Este tema es una clase magistral de inventiva, de armonía y de sentimiento, en la que coopera Carmen Linares con un terciopelo que solo pueden tener las grandes y nunca, jamás, se pierde el fondo flamenquísimo que Manolo reverencia en toda su obra, incluso por sobre sus propias inquietudes e interrogantes.

“El cielo es de ceniza, los árboles son blancos, y son negros carbones los rastrojos quemados”, canta Carmen Linares en el inicio de “Campo”, tema dedicado a la memoria de Luis Habichuela. Por momentos se trata de una seguiriya que de pronto pasa por Re Mayor como si eso fuera lo más normal y, para mayor sorpresa, de pronto deja de ser seguiriya y entra en un ámbito de libertad que deja entrar nuevamente a Linares con un “ay” angustiado y se retoma el compás con una sucesión de acordes insólitos acompañando el cante, apurando el compás y dando espacio para que, sobre la voz cantaora, Manolo Sanlúcar se apunte unas melodías a la manera de “Puerta del príncipe” en “Tauromagia”.

La rumba “Son de Negros en Cuba” aparece con un pegajoso estribillo que canta Carmen Linares sobre la base de tres acordes: Fa Mayor-Mi b Mayor-Re Mayor, para entrar con el primer verso en Sol menor. Las líneas melódicas que Manolo superpone al acompañamiento de la segunda guitarra conducen a una nueva aparición del estribillo pero ahora con un color más sombrío y jugueteando entre acordes mayores de Re y Si. Un tema alegre y sumamente atractivo que cierra la lista, ya que en la pista 8 encontramos una versión corta de la “Carta a Doña Rosita”, que tal vez Manolo quiso incluir en atención a lo mucho que le costó dar con la forma de la versión original.

Alguien ha dicho que lo que hay en esta obra monumental seguramente no llegará a ser entendido ni estudiado antes de los próximos veinte años. Es posible que sea verdad. Es posible que ese sea, aproximadamente, el tiempo que ha de pasar antes que los guitarristas del flamenco decidan detenerse a analizar el lenguaje que Manolo Sanlúcar propone en este trabajo. Para entenderlo cabalmente, hay que estudiar y no estamos hablando solo de tocar la guitarra por muchas horas, sino también de que es preciso estudiar música, conocer los conceptos de tonalidad y modo y manejarlos con soltura. Ahí es donde aparece la oscura sombra de la duda: ¿querrán los flamencos de esa época estudiar algo más que escalas y falsetas? ¿querrán quitar la esponjita para experimentar con sonidos y acordes pero con el respaldo de un conocimiento verdadero que les permita desenvolverse con acierto en un mundo como el armónico, donde por ahora todo parece justificarse con el recurso de llamarle “intuición” a algunos palos de ciego?

Tal vez Manolo Sanlúcar se ha adelantado a un tiempo que no sabemos con certeza si vendrá o no y este disco es su testimonio, pero también su invitación a ir algo más allá. Y tal vez, si esa invitación es aceptada y asumido el compromiso, ni siquiera en veinte años más la guitarra flamenca tendrá algo que decir a juicio de los que no entienden ahora ni entenderán mañana.

Gracias, maestro.