La génesis de martinete I


Investigación
Pierre Lefranc


Parte primera: Hechos y trasfondos.


En el presente estudio trato de nuevo el tema que ya traté en mi libro [1] pero ampliándolo mucho en cuanto a hechos y trasfondos. Una segunda parte examinará algunas consecuencias e implicaciones.

El martinete del que voy a tratar es la forma más antigua conocida de este cante. Se puede calificar de martinete de origen por dos razones: nació, como veremos, de una forma identificable sacada de una cultura distinta, y los demás martinetes que existen tienen algún parentesco con la forma soleá y son más recientes [2]. Un ejemplo representativo de este martinete de origen lo grabó en 1931 El Gloria, con la letra que empieza por “Nadie diga que es locura”. [Ejemplo sonoro 1] También grabaron martinetes El Tenazas y Centeno, en 1922, y Mazaco, El Cuacua y Cepero, entre 1922 y 1931.

La frase de arranque de este cante consiste en una nota repetida cuatro o cinco veces, seguida de una subida rápida a una serie ascendente de tres notas conjuntas, generalmente separadas por medio tono. Sigue un silencio. Dicho motivo, hecho de pocas notas pero muy reconocible, se oye tres veces, al empezar cada uno de los tres primeros versos, y un eco del mismo abre el verso 4, que cierra el cante. Entre esas repeticiones el resto del cante consiste esencialmente en modulaciones sobre las tres notas cimeras del motivo. Ese último, entonces, proporciona al cante su arranque, su estructura mediante las repeticiones, y el resto de su cuerpo mediante las modulaciones –en fin, la totalidad del contenido que desarrolla.

Ahora bien, este motivo es idéntico al inicio de la primera frase (después de una invocación liminar) de la llamada pública a la oración musulmana, lanzada cinco veces al día desde el alminar en todo el mundo islámico. Esta llamada es el adhán, y la oración a la que invita es el salát. Aquí propongo cuatro ejemplos de este inicio de la primera frase del adhán, que recogí entre 1961 y 1987 de emisoras de radio [Ejemplos sonoros 2 ,3 ,4 y 5] ,y siguen cuatro más extraídos de grabaciones recientes [Ejemplos sonoros 6 , 7 , 8 y 9] . El adhán, por cierto, no tiene forma única pero no cabe duda de que la forma evocada es la forma básica y dominante [3]. Aquí viene reproducida en su totalidad, en un ejemplo sin ningún exceso de ornamentación o esfuerzo para lucir la voz y, por tanto, muy clásico [Ejemplo sonoro 10].

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La frase del adhán reflejada y repetida en el martinete corresponde al versículo siguiente:

“Ach hadou alla ilaha llah”

es decir:

“Atestiguo que no hay otro dios sino Alá”.

Esas son las primeras palabras de la profesión de fe musulmana, la shahada, y el versículo que sigue, sobre el mismo motivo hecho de pocas notas, introduce al Profeta y la revelación coránica [4]. La profesión de fe es la primera obligación del musulmán, en un total de cinco, y la oración misma, el salát, es la segunda. Son los dos primeros pilares del Islam, y de su más solemne invocación, nada menos, nació el martinete de origen.

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Antes de seguir detengámonos en un hecho marginal. Momentos después de la llamada pública que es el adhán, pero ya dentro de la mezquita, se enuncia una llamada menor, de carácter intimista, el iqâma. Sobre las mismas palabras que el adhán, reza así [Ejemplo sonoro 11]. Se nota un parentesco global entre este iqâma y las dos tonás “chicas” que fueron preservadas por Chacón, transmitidas por Perico del Lunar a Rafael Romero [Ejemplo sonoro 12] , y así salvadas del olvido.

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Esto da pie a algunas preguntas: ¿De dónde procedieron estos paralelismos entre formas antiguas de cante y fuentes musulmanas? ¿De dónde sacaron eso algunos gitanos andaluces? ¿Dónde estuvieron en contacto con musulmanes que practicaban sus ritos? Propongo dos pistas: el campo y la vida penal. En ambos marcos hubo contactos y formas de convivencia entre gitanos y musulmanes.

El parentesco entre el iqâma y las dos tonás chicas salvadas por Chacón parece orientarnos hacia la campiña jerezana o sevillana. Con la primera Chacón hubo de tener contactos y allí, quizás, pudo recuperar estos cantos entre descendientes de moriscos. En la segunda, que es la antigua “banda morisca”, se ha podido observar desde La Puebla de Cazalla hasta Cabra y Lucena una fuerte afición campera al cante de tradición pero sin los vínculos habituales con familias gitanas. Se sabe que debido a la falta de brazos para las faenas del campo los terratenientes de estas zonas echaban mano de moriscos refugiados (que en cierto modo protegían), esclavos y, muy probablemente, gitanos, a quienes el trabajo del campo nunca les estuvo prohibido [5]. Dentro de una convivencia que duró siglos se produjeron de un grupo a otro transferencias culturales cuyo detalle no se puede conocer en totalidad, pero de donde un día pudieron salir las tonás “chicas”. Se debe notar que, en lo poco que sabemos de estas últimas, no se encuentra nada que oriente hacia los gitanos, aunque en las transmisiones aludidas ellos a menudo jugaron un papel importante [6].

Por otra parte, el marco de la vida penal nos saca de incertidumbres. Desde el siglo XVI hasta bien entrado el XIX, entre gitanos y esclavos musulmanes (o, mejor dicho, moros), hubo una convivencia tan duradera como forzada en los principales lugares penitenciarios de aquellos tiempos, que fueron sucesivamente las galeras, los arsenales y los presidios de obras públicas (como carreteras y puentes) [7]. Hubo gitanos sentenciados a años de galeras a partir del 1539, y tales condenas –a veces sin motivo– se multiplicaban cada vez que faltaba “gente para el remo”.

Dentro de la chusma, en los bancos, los gitanos vivían al lado de moros encadenados como ellos mismos. Muchos de esos moros habían sido capturados en buques corsarios o piratas, y como mahometanos eran esclavos del rey. Cuando el servicio de las galeras fue suprimido en 1748, este personal fue transferido a los grandes arsenales, como La Carraca y dos o tres más. Más tarde se utilizó en obras públicas de gran tamaño, algunas veces con gitanos ascendidos a capataces. Debido a la toma de Argel por los franceses, la presión de la piratería berberisca en el Mediterráneo disminuyó después de 1830, con lo que los esclavos moros escasearon. Vemos, por tanto, que hubo forzados gitanos y esclavos musulmanes que convivieron durante tres siglos.

En tales contextos, nada podía impedir a los musulmanes de a bordo o del equipo de trabajo que entonaran periódicamente el adhán, no sólo para expresar su fe y apoyarse en ella, sino también para reafirmarse como individuos no convertidos y rebeldes hasta en cadenas. (Se sospecha también que, a la shahada así rezada, se puede imprimir algún ritmo adaptado al trabajo en curso). En 1690-1, un embajador marroquí en misión de rescate entre Gibraltar y Madrid menciona grupos de moros presos en Cádiz, Córdoba y Madrid, que entonaban “la profesión de fe musulmana” para señalarle su presencia y darle la bienvenida [8]. La shahada podía servir, y sirvió, para reafirmar su fe, su identidad colectiva e individual y su resistencia al castigo.

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Sobre las relaciones entre forzados gitanos y esclavos moros no se sabe casi nada. En tales situaciones, el sufrimiento compartido a diario puede generar cierta solidaridad y hasta fraternidad entre castigados, pero mucho depende de los individuos y de las circunstancias. No dudo que hubo gitanos que se interesaron por la costumbre que tenían esos moros de entonar periódicamente este motivo suyo de pocas notas. Por otra parte no se concibe muy bien por qué razón, una vez vueltos a sus familias después de años de castigo, hubieran deseado cultivar el recuerdo de algo asociado a tanto sufrimiento. Por casualidad un documento de mediados del XVIII echa luz sobre este misterio.

El “Libro de la Gitanería de Triana de los años 1740 a 1750 que escribió el Bachiller Revoltoso para que no se imprimiera” (y que viene atribuido a Fernando Jerónimo de Alba y Diéguez) evoca varias fiestas y divertimentos ofrecidos en aquel tiempo por gitanos de Triana y otros sitios. Se trata esencialmente de danzas, algunas presentadas delante de miembros de la alta sociedad sevillana. Así se menciona una danza “atrevida”, el “Manguindoi”, que se bailó en 1746 delante del Regente de la Real Audiencia –un personaje considerable– y con su permiso [9]. El autor también relata esto:

Una nieta de Baltasar Montes, el gitano más viejo de Triana, va obsequiada a las casas principales de Sevilla a representar sus bailes y la acompañan con guitarra y tamboril dos hombres y otro le canta con un largo aliento a lo que llama queja de Galera porque un forzado gitano las daba cuando iba al remo y de este pasó a otros bancos y de estos a otras galeras.

Estamos. El párrafo de donde saco eso es del año 1747: menciona 1746 como “el año pasado”. Detalles como “va obsequiada” y el plural de “casas principales” indican que lo evocado se produjo varias veces.

En 1747, al parecer, ya existía un primer esbozo o núcleo, heredado de las galeras, de lo que se conoce hoy como martinete. Curiosamente, servía de temple a un canto para bailar [10], pero su descripción como “un largo aliento” llamado “queja de Galera” informa sobre su carácter y su origen. Es claro que esa “queja” despertó bastante curiosidad para suscitar preguntas sobre su procedencia. El gitano que contestó sabía que venía de las galeras y después dijo lo que creía saber, o lo que le pareció prudente, o lo que le dio la gana. En tal ambiente social, la mención de un origen mahometano no hubiera sido bien acogida. Atribuir a “un forzado gitano” el mérito de la propagación de dicha queja e, implícitamente, de su creación, es un doble error, pero no demasiado grave. Lo que queda fuera de duda y creo esencial es que el paso de la shahada a esa “queja” debió algo a galeotes gitanos.

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En la génesis del martinete, hubo una segunda etapa muy poco después. En 1748 –al año siguiente–, el servicio de las galeras fue suprimido y los remeros forzados y esclavos transferidos a arsenales. Eran los primeros años del gran esfuerzo, bajo el impulso del Marqués de la Ensenada, para renovar la Marina de Guerra de España. En 1749, dentro de lo que hoy se conoce como la Gran Redada [11], todos los gitanos españoles –de ambos sexos– fueron detenidos al mismo tiempo en toda España. La mayoría de los hombres fueron despachados a arsenales, los de Andalucía a La Carraca, en la bahía de Cádiz, a Cartagena y más tarde a El Ferrol. En La Carraca [12], los gitanos detenidos –algunos de ellos inevitablemente ex-galeotes– se encontraron al lado unos de otros, en cuarteles que acababan de ser construidos para ellos y a poca distancia de los forzados gitanos y esclavos moros trasladados de las galeras. La detención de los gitanos de la Redada duró hasta dieciséis años como máximo para algunos: fueron gradualmente puestos en libertad [13]. Me parece muy probable que el posterior esparcimiento del cante en unas pocas docenas de familias gitanas, muchas de ellas entre Cádiz y Los Puertos, se produjo a partir de este episodio de La Carraca. Tal diseminación supone por fuerza una fase anterior durante la cual lo que es común viene puesto en común, y cada uno toma conciencia de que hay aquí una herencia colectiva: sin tal fase, cada cual vuelve a los suyos con memorias de las que no va a hablar mucho y que se pierden cuando muere.

En aquella época, el arsenal de La Carraca estaba todavía en su primera fase: las obras habían empezado en 1717, en lo que era “un islote de tierra poco firme y tremendamente fangoso” [14]. Durante la estancia de los gitanos (1749-65), la tarea más importante y más dura a la que ellos y otros presos tuvieron que hacer frente fue la reedificación de “un buen tramo del muelle principal” y de su terraplén, que se habían hundido en 1737. La reconstrucción duró un par de decenios (1737-57), lo que sugiere un sinfín de derrumbamientos menores en el curso de las obras. Fueron también construidos, o por lo menos puestos en marcha, un dique para carenar en seco, otro para enriar maderas, muros de contención, naves de arboladura y varios astilleros [15].

El problema permanente era el terreno, descrito como fangoso, inestable y de “nula consistencia” [16]. Lo que haría La Carraca inexpugnable dificultaba toda construcción. Así es que el arsenal se convirtió desde 1736 en una verdadera escuela de ingeniería en el fango, con la sistematización de la cimentación mediante pilotaje con estacas, generalmente pinos de la tierra, solidamente envarengadas, consolidadas por mampuesto y terraplenadas [17].

Según una estimación preliminar de 1733, la construcción de un solo astillero iba a necesitar: 4500 estacas [hincadas] mediante cuatro planchas, cada una de las cuales requería un martinete dotado con 21 peones [18].

El historiador reciente de La Carraca precisa que: “la tarea de clavar las estacas se reservaba a los propios esclavos”, y que: “Una vez clavadas las estacas a golpe de martinete, se reforzaba el estacado, circundándolo con fuertes maderos plenos” [19]. Después, se vaciaba el fango existente y se rellenaba el hueco, hasta que se pudiera construir sobre algo firme.

El martinete aludido era –y sigue siendo– el aparato utilizado para clavar estacas mediante las caídas repetidas de un peso [20]. Puesto que en aquel tiempo no existían motores, dicho peso se alzaba a fuerza de brazos, posiblemente con el apoyo de algo rezado con el fin de imprimir un ritmo colectivo. Para esos forzados encadenados el martinete fue el instrumento-símbolo de sus tormentos, como lo había sido el remo para los galeotes. En cierto modo era aún peor, puesto que en las galeras había días y hasta meses (de invierno) sin la obligación de remar.

Por otra gran suerte, algunas letras de cante mencionan a gitanos en La Carraca trabajando en el agua. Según una, la esposa del Comandante –“la señá Comandanta”– sintió pena por esos gitanos, y “Mandó que los relebaran / Y los sacaran ar só”. Otras describen gitanos en La Carraca llevando piedras al agua y sacando piedras del agua [21]. No se trata de una mera variante textual sino de operaciones sucesivas. Entre las estacas y planchas se podían colocar grandes cantidades de piedra: si lo puesto en su sitio un día se derrumbaba al día siguiente, era indispensable sacar las piedras de donde estaban y colocarlas de nuevo.

Con ese “martinete”, sus “peones”, y esos gitanos acarreando piedras en el agua, tenemos un cuadro bastante sugerente de las circunstancias en las que, muy probablemente, el cante llamado martinete nació en La Carraca, a mediados del siglo XVIII, entre algunos centenares de forzados gitanos [22]. Falta, por supuesto, una prueba definitiva, pero disponemos de una cadena de hechos y de contextos coherentes que se remontan hasta los bancos de las galeras.

El recuerdo de esos trasfondos al parecer no se transmitió, pero sí el cante y su nombre. El martinete, como bien se sabe, pasó a las fraguas gitanas, a veces con un acompañamiento de martillos (en principio sin compás). El uso de la palabra “carcelera” para designar el mismo cante indica que pasó también a las cárceles, donde por supuesto habían oídos no gitanos, y también pasos de Semana Santa que se pararon delante de la cárcel cuando, un día, bajaron de las rejas saetas por carceleras. Con todo, el martinete propiamente dicho se propagó poco, y se grabó tarde. Por suerte, lo esencial de su génesis se ha podido reconstruir y revela por qué razón el martinete alterna entre queja y protesta. Estas dos, por supuesto, se sitúan a distancia de la solemnidad afirmativa de la fuente musulmana, pero no de la rebeldía que este motivo de pocas notas podía albergar en la voz de cualquier preso.

En un estudio ulterior se analizarán varias consecuencias e implicaciones de lo que acabo de evocar.

© Pierre Lefranc



[1] Cf. El Cante Jondo, del territorio a los repertorios: tonás, siguiriyas, soleares, ed. Sevilla, 2000, 2001, pp. 47-55, y los correspondientes cortes en el CD adjunto.

[2] Op. cit., pp. 79-80. – Los extractos sonoros proceden de las siguientes fuentes: 1 , El Gloria, EMI 7485392; 2-5, varias emisoras de radio, 1961-87, en Marruecos, Senegal, etc.; 6, Mohamed Aboutoufik, TCK 814; 7, « Syrie, Muezzins d’Alep », Ocora, C 580 038; 8, « Les Derviches Tourneurs de Damas », CMT 574 1123 24; 9, Christian Poché, Musiques du Monde Arabe, París, 1994 (adhán grabado en Líbano); 10, el adhán completo, Aboutoufik; 11, el iqâma, Aboutoufik; 12, Rafael Romero, « Anthologie du cante flamenco », 1954.

[3] De esa forma tradicional se sale de dos maneras opuestas: mediante un lujo de adornos que acaban por ocultar la estructura inicial, o mediante un adhán calificado de « gritado ». En todo rigor, la noción de música, por ser considerada como enteramente frívola, se debería dejar aparte de esos contextos coránicos, lo que acarrea problemas de vocabulario. Agradezco la gran cortesía del Sr. Dalil Boubakeur, rector de la mezquita de París, a quien consulté sobre estos asuntos en 1994.

[4] V. Abdenabi Alem, Le Rappel et les invocations du musulman, s.l., 1985, pp. 25-6.

[5] Sobre la banda morisca, v. Manuel García Fernández, La Campiña sevillana y la frontera de Granada, estudios sobre poblaciones de la Banda Morisca, Sevilla, 2005. Sobre los gitanos, v. Bernard Leblon, Les Gitans d’Espagne, París, 1985, y su traducción al castellano, Barcelona, 1987.

[6] El esquema que se observa es el siguiente: en las plazas, los mercados y las calles, los gitanos explotan y mantienen vivas tradiciones musicales y literarias que están perdiendo terreno en las clases altas pero que conservan su apego en el público popular. Las integran en su cultura propia antes de reciclarlas y explotarlas otra vez delante de públicos nuevos. Así sucedió con los romances, desde Cervantes hasta Estébanez Calderón, y en privado en las bodas gitanas; y también en la génesis del tango, que descansa en un ritmo procedente del África negra; así, como se está viendo, pasó con el martinete. Lo llamado flamenco nació y se alimentó de tales reciclajes.

[7] Sobre la vida penitenciaria en la España de aquellos siglos, v. Ruth Pike, Penal Servitude in early modern Spain, Madison, Wis., 1983. Sobre el impacto de la piratería en el Mediterráneo, v. Bartholomé Bennassar, Les Chrétiens d’Allah […], París, 1979. Dejo aparte las minas de Almadén: por cierto hubo allí ex-galeotes gitanos, pero la presencia de moros encadenados me parece dudosa.

[8] V. Voyage en Espagne d’un ambassadeur marocain, 1690-1, trad. Henri Sauvaire, París, 1884, del que existe un facsímil reciente en « Publications of the Institute for the History of Arabic-Islamic Science », Frankfurt-am-Main, 1994; v. pp. 18-42 y 87.

[9] El « Libro » fue publicado en Sevilla, 1995; v. pp. 21-22. El « Manguindoi » tiene relación con los Mandingas (Mandingues en francés), una etnia de África occidental, y con los orígenes del tango.

[10] Tal es también la impresión de José Luis Navarro García, Candil, n° 111 (1997), pp. 2772-4.

[11] Sobre la Gran Redada, v. Bernard Leblon, op. cit., pp. 53-58, 159-61, etc., y Antonio Gómez Alfaro, El Expediente General de gitanos, Madrid, 1993. La idea de la Redada procedió del mismo señor marqués. Hubo una rebelión de gitanos en La Carraca en el otoño de 1749.

[12] V. la obra monumental de José Quintero González, La Carraca, el primer arsenal ilustrado español (1717-1776), Madrid, 2004.

[13] Por una parte, sus pueblos los reclamaban, como herreros, etc. Por otra, las autoridades del arsenal no tardaron en darse cuenta del poco rendimiento de estos gitanos encadenados en las tareas evocadas a continuación.

[14] Op. cit., p. 112.

[15] Op. cit., pp. 114-6, 121, 125, 141, 151-5, etc. Se mencionan también en 1749 cuarteles nuevos de fábrica para los gitanos y otros desterrados, pp. 119 y 123. El famoso Penal de Cuatro Torres fue construido un poco más tarde, en 1763-5 : v. pp. 141-50.

[16] Op. cit., pp. 123 y 125.

[17] Op. cit., p. 527.

[18] Op. cit., p. 153.

[19] Op. cit., pp. 144 y 163.

[20] Detalles sobre el uso del martinete me han sido facilitados por mi cuñado, René Guichard, que ha tenido una experiencia de cuarenta años en obras públicas. Se pueden también consultar las enciclopedias técnicas en Google, etc.

[21] V. Antonio Machado y Álvarez « Demófilo », Colección de cantes flamencos, ed. Córdoba, 1975, pp. 152 y 159; y Dos Siglos de Flamenco, Jerez de la Frontera, 1988, pp. 401-2. Las letras recogidas por “Demófilo” forman parte de su sección dedicada a “Martinetes”.

[22] Según Leblon, pp. 159-60, 1193 gitanos llegaron a La Carraca en el verano de 1749; 14 se murieron poco después y 534 fueron puestos en libertad en octubre, dejando 645 presos, cuyo número disminuyó poco a poco durante los años siguientes. Hubo también, por supuesto, fraguas en La Carraca: v. Quintero González, pp. 130, 135 y 139. Parece muy probable que se utilizaron gitanos como herreros, y pudieron más tarde hacer lo suyo en la difusión del martinete en Triana y otros sitios.


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