El mundo de la mujer en el entorno flamenco


Opinión
Inmaculada Pantoja

Inmaculada Pantoja


El flamenco, como expresión del alma en la vida cotidiana del pueblo, viene generando manifestaciones de arte, que las gentes comparten adaptándolas a diversos círculos de reunión, propios de cada momento social. Cualquier consideración que añadiéramos al respecto sería deleitarnos en la belleza de esa vivencia.

Pero en referencia a nuestro presente, hay un aspecto del que normalmente no se habla, que es la reflexión que me gustaría compartir con ustedes, me refiero a la pregunta de ¿cómo se estructura o se rige la inclusión social de hombres y mujeres en el mundo del flamenco, concretamente en las peñas?

Diríamos que la inclusión social de hombres y mujeres en el flamenco de las peñas, se estructura normalmente con reflejo del hombre y de la mujer en la familia, muchas veces hablando hombres con hombres y mujeres con mujeres. Éstas suelen decir “a mí me gusta el flamenco, pero no lo entiendo, quienes entienden son ellos”.

Desde luego, hay excepciones y, de vez en cuando, algunas mujeres se salen del guión y no van al grupo de acompañantes ni en los congresos ni en las peñas, porque lo que les interesa es vivir el arte en directo y también aprender, escuchar o hablar de todo lo referente a ese mundo. Lo cual no significa que la mujer que se sale del guión de acceso al flamenco que se vive tantas veces en algunas peñas, no sean femeninas, no significa que sean menos familiares que las otras, no significa que no compartan también otros intereses como cualquier mujer que no hable de flamenco. Tampoco todos los hombres de las peñas manifiestan los mismos intereses al margen del arte.

Evidentemente, el flamenco tiene vida propia en historia, en estudio, en técnicas, en temas a resolver. Eso precisamente es lo que une a los que saben, estudian, valoran… en lo que es, permítanme decir “preocupación por el flamenco”.

Pero, como muchas veces hombres y mujeres acuden en familia, en esos círculos se “refleja” la estructura familiar, las mujeres van como acompañantes y, aunque saber saben, sus comentarios sobre el arte es como si no tuvieran relevancia y dejan que sean ellos los protagonistas en las peñas.

Nos hemos referido antes a que, las mujeres que se salen del guión por sus propios intereses en el flamenco, no son menos familiares o es que no les interese los mismos asuntos que a las mujeres que van como acompañantes.
Lo que ocurre, es que las costumbres sociales influyen… Y podríamos decir, por ejemplo, que ello se evidencia más en las peñas que en los congresos internacionales, donde entre los congresistas hay un número de mujeres que asisten, sin formar necesariamente parte del grupo de acompañantes con espacio dedicado al turismo, aunque los ágapes y veladas flamencas sean conjuntas. Al congreso asisten hombres y mujeres realmente interesados por el flamenco y mujeres y t a m b i é n hombres que van como acompañantes.

En el flamenco, como en cualquier otro ámbito de la sociedad, uno de los caminos de acceso se origina en la propia autoestima tanto en hombres como en mujeres, sin que neguemos las marcadas dificultades para quien desea desarrollar caminos no estándar.

Me llamó poderosamente la atención recibir una invitación para asistir a unas jornadas dedicadas, según decía la nota, “a la formación para mujeres dentro del tejido “peñístico”.

Lo primero que me pregunté, al leer la invitación, fue si las peñas flamencas tenían un papel específico para la mujer.

La nota continuaba diciendo que la convocatoria respondía a la lucha por la igualdad, por lo que las asistentes participarían en el curso de flamenco que se impartiría en esas jornadas, para que a su vez, luego lo divulgaran dentro de sus propias peñas u asociaciones.

En mi opinión, aquella información tenía dos lecturas: una era que se invitaba a un curso acelerado de flamenco a “mujeres que ya pertenecían a una “cosa” que con poco duende, permítanme la expresión, parece ha sido clasificada como “tejido peñístico”. Posiblemente el origen de la frase corresponde a una equiparación de aprendizaje como si se tratara de un curso de formación profesional, aunque quizás es poco apropiada esa terminología, para algo tan cálido como es despertar la autoestima y el respeto en las peñas y asociaciones de personas aficionadas al arte flamenco.

Intentar impartir una formación de la mujer para que se integre en “el tejido “peñístico” es, cuando menos, una discriminación por sexo, contraria al concepto subliminal de igualdad que parece querer trasladar el enunciado de la convocatoria.

El problema real de algunas peñas estriba en que los cuadros directivos perpetúan los vocales mientras que, si éstos fueran rotativos, generarían la posibilidad de formación e implicación de quienes, entre las personas socias, desearan conocer con mayor profundidad el funcionamiento y posibilidades de una peña.

En mi opinión, es que el único camino positivo viable para la vida cotidiana, en cualquier ámbito social, es la dignidad humana, la autoestima, el sentido común y la ética en cualquier ser humano, sea hombre o mujer, sin que ello presuponga que a todas las persona nos tenga que interesar por igual la implicación personal para desempeñar o no cargos o interés por el arte flamenco o cualquier otro arte u oficio.

En este planteamiento no tiene cabida la discriminación. La mujer o el hombre que no se siente apéndice y vive con autoestima, sólo necesita comportarse con naturalidad para encontrar su sitio. Aunque no se puede ignorar que, a veces, hay que vencer auténticos obstáculos culturales o de poder.

En ese contexto, me tomo la licencia de hablarles de mi propia experiencia resumida en una anécdota: Aunque desde niña tenía un acentuado gusto por el baile y me gustaba oír a mis padres hablar de flamenco, ya de mayor fui invitada por unas amigas para asistir “como acompañante del grupo” a un Congreso en Málaga. Pero en el momento de comenzar, me pregunté a mí misma ¿por qué me iba a incluir en el grupo de turismo, si allí se celebraba un congreso para hablar de flamenco? Me quedé en el congreso y he venido asistiendo al mismo desde entonces durante años, a todas las convocatorias del congreso internacional (de Málaga), que se celebra en distintos lugares de España o fuera de nuestras fronteras.

De ahí surgió mi incardinación en lo que yo misma denomino “familia flamenca” y mi posterior asistencia a la Tertulia Flamenca de Badalona, donde pude observar y envidiar la sabiduría y dedicación al estudio del flamenco de personas emigradas…por lo que convertí en una agradable obligación asistir al Congreso y a la Tertulia. Pero me quedaban dos puntos no resueltos: uno de ellos era que me molestara las letras de algunos cantes que consideraba muy tristes. Eran las letras tristes de las minas. Así pues, hace años viajé a La Unión y conocí la historia de los mineros, asistiendo a las veladas, preguntando en tiendas y bares y hablando con residentes del lugar…todavía hoy me emociona acercarme a la zona, donde se ha generado y florece un patrimonio con reconocimiento universal gracias, precisamente, a la difusión de la vida y letras de los mineros, expresadas con la naturalidad de aquel desgarro que era la propia realidad de los mismos.

Lo que no puedo asimilar, en manera alguna, es que se continúe cantando con naturalidad, no por alusión histórica, a letras que cosifican a la mujer, ¡con la que está cayendo…! simplemente debería prohibirse en las peñas cantes con esas letras. Sólo necesitamos colgar el cartel de prohibición en todas las peñas.

Hemos dicho que el flamenco también se siente, yo no sé cantar pero les aseguro que escucho y hablo con el sentimiento y la emoción, dejando fluir para comunicarme, el duende que me bulle dentro.