Manuel Bernal, El flamenco y la generación del 27, Sevilla, Renacimiento, 2018
UN ENSAYO SOBRE LO JONDO EN EL 27
José Cenizo Jiménez
No es la primera vez que se asoma con profundidad a la generación del 27. Aparte del libro citado, ha publicado anteriormente otros relacionados como El nacimiento de la generación del 27 o La falsa influencia de Góngora en la generación del 27. Como vemos por títulos como el último, el autor no recorre caminos muy trillados. Antes bien, trata de aportar algo nuevo a la investigación y afrontar aspectos controvertidos que a veces van contra lo consabido o aceptado desde manuales y libros de texto.
Esta vez se ocupa del flamenco en la citada generación. No es el primero, claro está, que aborda la cuestión, en libro o en artículos, pero estudios como este, de conjunto, escasean, y además lo hace con conocimiento y seriedad. Más que flamenco, dice, la generación prefiere el término cante jondo o grande. Lo primero que se da prisa en aseverar es que la generación, excepto los que sabemos -Lorca, Alberti…- no muestra mucho interés por el flamenco, y menos aún de manera rigurosa más allá de usarlo como un tema o fondo atractivo. Como tampoco lo hizo la generación del 98, salvo los grandes Machado, Antonio y sobre todo Manuel.
Analiza las causas del posible interés en varios de los poetas, dentro del contexto artístico y literario de la época. De Lorca afirma que se basa, quizá demasiado, dice, en las semblanzas que de algunos artistas hizo Núñez del Prado en Cantaores andaluces. En fin, de cualquier forma, no resta valía suprema a las recreaciones lorquianas.
Alberti o Villalón son otros de los estudiados, ambos más cercanos al flamenco, en realidad, que Lorca. Otro apunte que hace es que no crearon en general letras para el cante propiamente. Distinto es el caso de Miguel Hernández, ese epígono genial, que las hizo, destinadas al cante, o muy apropiadas, algo que ha estudiado la profesora Carmen González en su tesis doctoral defendida recientemente.
En conclusión, Bernal nos engancha de nuevo con un estudio necesario y bien desarrollado, donde de echar algo en falta sería algunas alusiones a otros miembros del 27, en torno a la revista Mediodía de Sevilla, como Rafael Porlán, poeta al que hemos estudiado y publicado. Se cita al grupo y a la revista, claro, pero el caso de Porlán es, en un ensayo de este tipo, reseñable. Un libro que se lee por lo demás con deleite, dada su sencillez de estilo, el acopio de ejemplos versificados o la perspicacia de los planteamientos.
Esta vez se ocupa del flamenco en la citada generación. No es el primero, claro está, que aborda la cuestión, en libro o en artículos, pero estudios como este, de conjunto, escasean, y además lo hace con conocimiento y seriedad. Más que flamenco, dice, la generación prefiere el término cante jondo o grande. Lo primero que se da prisa en aseverar es que la generación, excepto los que sabemos -Lorca, Alberti…- no muestra mucho interés por el flamenco, y menos aún de manera rigurosa más allá de usarlo como un tema o fondo atractivo. Como tampoco lo hizo la generación del 98, salvo los grandes Machado, Antonio y sobre todo Manuel.
Analiza las causas del posible interés en varios de los poetas, dentro del contexto artístico y literario de la época. De Lorca afirma que se basa, quizá demasiado, dice, en las semblanzas que de algunos artistas hizo Núñez del Prado en Cantaores andaluces. En fin, de cualquier forma, no resta valía suprema a las recreaciones lorquianas.
Alberti o Villalón son otros de los estudiados, ambos más cercanos al flamenco, en realidad, que Lorca. Otro apunte que hace es que no crearon en general letras para el cante propiamente. Distinto es el caso de Miguel Hernández, ese epígono genial, que las hizo, destinadas al cante, o muy apropiadas, algo que ha estudiado la profesora Carmen González en su tesis doctoral defendida recientemente.
En conclusión, Bernal nos engancha de nuevo con un estudio necesario y bien desarrollado, donde de echar algo en falta sería algunas alusiones a otros miembros del 27, en torno a la revista Mediodía de Sevilla, como Rafael Porlán, poeta al que hemos estudiado y publicado. Se cita al grupo y a la revista, claro, pero el caso de Porlán es, en un ensayo de este tipo, reseñable. Un libro que se lee por lo demás con deleite, dada su sencillez de estilo, el acopio de ejemplos versificados o la perspicacia de los planteamientos.