El eco de unos toques


Discos Flamencos
Diego del Gastor
El flamenco vive (2004)
Pablo San Nicasio Ramos


De entre las figuras que uno podría definir como míticas dentro del flamenco (expresión esta siempre peligrosa) Diego Amaya Flores, Diego del Gastor, ocupa una de las parcelas más destacadas. Esta vez con todas las de la ley.

Guitarrista de una técnica única y heterodoxa en extremo, este tocaor puede considerarse un verdadero eslabón perdido de la guitarra flamenca. No hay un continuador explícito y notorio que continúe su estela interpretativa a nivel de solista y, si bien no hablamos de un virtuoso de importancia definitiva (quizá por sus propias circunstancias vitales), estamos ante una expresión tan personal del flamenco que nadie duda en situarle como uno los referentes de la guitarra de su tiempo. Alguien a quien citar cuando tuviésemos que glosar todas las escuelas guitarrísticas.

Más allá de su exótica personalidad o el interés desmedido que causó entre la comunidad extranjera, conviene resaltar algunos aspectos de su toque que, gracias al disco que nos ocupa, quedan al descubierto y son los que marcan el perfil de los sones de Morón. Aires por él impulsados pero, como decimos, no del todo continuados ni potenciados.

“Ecos de unos Toques” abarca, en un libro y un CD, la vida y obra de este guitarrista tan poco grabado. Diez cortes que se distribuyen en cuatro soleares, tres bulerías, una siguiriya, unos tangos y una zambra.

Es esta una guitarra basada en una línea melódica austera en extremo. Apenas unas pocas notas sueltas y ornamentadas siempre de la manera más simple. Eso sí, repitiéndose mucho, recreándose en los floreos hasta el límite. Volumen potente, gusto por las progresiones y notas octavadas, mano izquierda muy segura en los ligados y escalas muy precisas son otras notas muy características.

Intérprete que apenas fallaba o cometía imprecisiones, muy solvente. Con un sentido del compás abrumador, lo que le otorgaba a su música una cualidad acompañante exquisita. Quizá por encima de todos los guitarristas de su tiempo. Es por ello por lo que convendremos en lamentarnos de todo el halo de oscurantismo y aislamiento que, por unas causas u otras, envolvieron su vida. Quizá si se hubiera dado más a conocer su obra y hubiera grabado más, se habría extendido una forma de tocar más que interesante. Sobre todo, repetimos, para el acompañamiento, único en la forma de invitar y preparar al cante y al baile.

Diego del Gastor consigue templar la guitarra de modo que lo rápido no lo parece tanto. Podría incluso parecer que “frivoliza” lo que toca, pero no, es engañoso porque su facilidad para decir algo en lenguaje flamenco era insultante.

Mágico en las bulerías, imprime en el toque a compás una estética muy “country”, muy hippie, como si tocase con un banjo. No se sabe qué fue antes, si el huevo o la gallina.

De los pocos guitarristas que aceleraba y retardaba un toque con tanto criterio musical. Diego, no lo olvidemos, tenía unos mínimos conocimientos musicales académicos, todo un signo en aquella época.

Y el “aire”. Las interpretaciones de Diego del Gastor eran, más que el flamenco en sí mismas, la flamencura. Sonidos negros, ecos del flamenco más auténtico.

Diego del Gastor practicó un flamenco que hoy no cabe en la cabeza de nadie que salga solo al escenario con una guitarra. Y en grupo tampoco, si salvamos las interesantes propuestas de los amigos de “Son de la Frontera”.

Hacer el flamenco que proponía Diego del Gastor era lo mismo que “gesticular” con la música, invitar al desplante más fogoso posible. La delicatessen está justificada.