De quién es el flamenco...


Opinión


Marcos Escánez


En el flamenco hay debates históricos, controversias en unos casos, intereses en otros, y en la mayoría de las ocasiones, las distintas posiciones dejan poco margen a la tolerancia. Somos así… pasionales y vehementes en nuestros planteamientos. Pero no es cosa de los flamencos, sino del ser humano… hable usted con un taxista de política y comprobará el extremo…

Posiciones encontradas, diferencias de uso y de esencia, pero a gritos… Y aun debiendo estar acostumbrados, no deja de sorprender que periódicamente se generen debates de forma colectiva, para los que siempre existen agitadores. Las redes sociales son un caldo de cultivo perfecto para ello. Un caldo de cultivo que nunca antes existió… por eso, ahora encuentro matices en los discursos que antes no existían. De pronto, se ha perdido el respeto entre las personas desde la colectividad, mientras que antes, los irrespetuosos era individualidades.

Y así, encontramos colectivos autoproclamados de identidad gitana, que defienden el flamenco como un elemento primordial de su cultura, apelando al orígen y a la autoría, y denunciando todo aquello que no pertenece a su colectivo o que se sale de lo que consideran canonizado como ancestral. Acusando a otros inopinadamente y sin censura de apropiación cultural. Hoy, en pleno siglo XX, como si la globalización no fuese una saturada realidad.

Y en frente, los otros, los heterodoxos que defienden que solo ellos entienden el flamenco cuando afirman que “la gran tragedia de los ortodoxos es que no han entendido el flamenco, que fue siempre una práctica heterodoxa y experimental. La ortodoxia es una ficción”, parafraseando al Niño de Elche, aunque en esta afirmación exista la misma actitud de intransigencia que él denuncia. Es la otra cara de la moneda del “fascismo sociológico” contra el que asegura luchar.

La falta de respeto ya es una constante en los colectivos pero también es transversal, porque los críticos no opinan cuando mantienen una actitud evangelizadora, porque los medios se empeñan en ponerle nombre a cosas que no necesitan ser catalogadas, y porque en definitiva, no existe ningún ánimo de conciliación.

Pedro G. Romero declaró que en el mundo del arte contemporáneo “puedes orinar en una galería y da igual. La gente que lo presencia lo sopesa, lo juzga y emite una opinión. Aquí (en el flamenco) se indignan, y con razón. El que se orina en una galería busca indignación, pero en el mundo del arte todo eso está ya muy anestesiado. En el flamenco hay respuesta, y eso es fascinante”.

Y al margen de que en esta confesión reconozca en el flamenco un parque de experimentación sociológica, lleva razón, porque el mundo del flamenco está soportado en el arte y en la pasión. Y la pasión aflora con facilidad y a todas horas. Pero también hay un contemporáneo pasional, porque sinceramente, no creo que una persona del contemporáneo se tome a bien que alguien orine en una galería si la considera como su propio espacio, como algo suyo. Que una cosa es la provocación artística y otra bien distinta es que alguien “mee” en tu casa. Particularmente yo no concibo ningún tipo de arte si no es hermoso y no me interesa el arte del mal gusto…

Pero es fácil confundirnos con los términos. Lo ortodoxo no es lo antiguo, ni lo heterodoxo moderno. Y ninguno de los dos existiría si no existiera el otro.

Es más fácil que cambiemos de postura y probemos el respeto, que debe ser el principio de toda convivencia. El respeto hacia todos y hacia el arte, cuya principal belleza estriba en compartirlo.