Calima


Discos Flamencos
Gerardo Nuñez
El Gallo Azul (1999)
Pablo San Nicasio Ramos


Volvía a deslumbrar el jerezano Gerardo Núñez en el año 1999 con un disco definitivo, otro más. El maestro se estaba consolidando no sólo como uno de los más cualificados guitarristas de su generación, sino además como un compositor más que relevante. Y eso que este disco se puede ver, si uno es malpensado, como una actualización de su “Gallo Azul”, mítico trabajo del ochenta y nueve.

“Calima”, para más señas, el disco y el tema que lo abre. Es una adaptación de otro corte de “El Gallo Azul”, esta vez añadiéndole el piano de Danilo Pérez y un buen surtido de percusiones. Tema que se divide en dos partes, una inicial originalísima, luminosa y más pausada. Una segunda metida en bulerías rápidas donde se improvisan buenas secuencias melódicas, otras veces simplemente rítmicas. Buen empaste con el piano, instrumento muy utilizado por nuestros grandes guitarristas de un tiempo para acá.
Tema completo porque tiene muchos registros. La guitarra pasa de hacer un motivo claro, a improvisar. De llevarle el compás al piano, a hacer una melodía flamenquísima sin bajos. Además, están todos los que intervienen en el disco. Pianista, bajista, percusionista, palmera y Gerardo.

Las sevillanas “Sevilla” son una de las cumbres, del disco y de este toque. No se recuerdan muchas sevillanas en los repertorios de los solistas (me vienen a la mente ahora tres importantes). Estas, las de Gerardo, además están en la misma estela de originalidad motívica y armónica que los demás temas. Suenan en algunos momentos a “chill out”, otras veces a compases de ida y vuelta. Las percusiones, con el mando de Arto Tuncboyaciyan están de nuevo logradas.

“Plazuela” es la soleá. Toque muy rápido, como en general todos los del álbum. Se nota el carácter solístico de esta guitarra en todos los cortes. No hay el más mínimo resquicio al cante o a otra cosa que no lleve la batuta del Gerardo más virtuoso. A pesar de todo, si es que hay pesar, la pureza de esta soleá es innegable.

“Sahara” y “Bajamar”, son dos cortes muy similares en la filosofía. El primero es la actualización de los tanguillos de “El Gallo Azul” y el segundo podría verse como una siguiriya de nueva onda. Parece mentira la intuición de este guitarrista. Y su capacidad de improvisación. El bajista se recrea también en las improvisaciones.

“Tarifa”. Bulerías con un arranque muy por Jerez y una segunda mitad de diálogo improvisatorio de nuevo con el bajista John Patitucci. Secuencias y falsetas prototípicas de Gerardo, alguna de ellas avanzada en trabajos anteriores.

No se suele valorar por el gran público el toque libre de los grandes virtuosos, pero en “Salmedina”, al igual que ocurriera con su “Cartuja” en “El Gallo Azul”, Gerardo borda el toque por granaína. De las cumbres por este toque de todos los tiempos. Potencia, pureza, trémolo exquisito, fraseo único, efectos con una sola nota bellísimos, nitidez sonora… de los cortes que ponen el olé en la boca sin pensarlo dos veces.

Un pasodoble se atreve a incluir en su repertorio. “Tabaco y Oro” es ahora el tema con que Gerardo suele cerrar sus recitales. Nada de pasodoble de bullanga. Aquí uno se da cuenta que es un pasodoble cuando se lo dicen, porque no se lo acaba de esperar, ni de creer. Pero es así. Andares muy toreros en el decir y mucha gracia en los finales. Sus afinaciones son de nuevo originales y todas las variaciones que hace del tema salen airosas, no decae el interés, en absoluto. No es para nada un tema de alivio (con esa técnica ¿alguien podría aliviarse?)

Temazo es “Sancti-Petri”, rumba pegadiza y estructura clara. Tema central de límites y devenir conocido con estrofas de improvisación guitarrística. Un “hit” de aire, sin embargo, flamenquísimo.

“Plaza del Arenal” es la soleá por bulerías que cierra el disco. Muy rápida de nuevo. Recuerda en ciertos pasajes a Paco de Lucía pero solo por pura casualidad porque este guitarrista tiene su sonido y su música.

“Calima” es una pieza para instrumentistas. No solo de la guitarra, sino de todo el abanico de timbres donde quepa la palabra virtuosismo. Discos como este, sin quererlo llevan la filosofía del gran “Siroco”. Hay intervenciones acertadas, colaboraciones de peso, pero la última palabra siempre la tiene la guitarra, que no rehúye la soledad. Aquí Gerardo nunca va de tapado. Técnicamente igualable por muy pocos, (tampoco estaría seguro en los nombres), y definitivamente insuperable, Gerardo ya tiene su hueco en la Historia de la guitarra.

Además, el de Jerez es, de entre los guitarristas de la zona alta del escalafón, el que suena más andaluz. A pesar de no vivir en su Jerez natal, juntarse con músicos de medio mundo y pasarse la mitad del año volando, toda su música tiene ecos y aromas del sur. Como si conociese los himnos no oficiales de esas tierras.