Este disco titulado “Antología” recoge los últimos cuatro discos de Enrique de Melchor: Bajo la luna (1988), La noche y el día (1991), Cuchichí (1992) y Arco de las rosas (1998), y cuatro temas que del disco Raíz flamenca (2005).
Tras la audición de este disco doble, sólo cabe un adjetivo que pueda aglutinar todo su trabajo: “Pulcritud”. Aunque son muchas las características que bien merecen un mención específica, tales como la limpieza, la rapidez, la flamencura, el conocimiento y lo redondo del sonido. Pocos comentarios hacen falta para introducir la música de este gran artista.
Mi ánimo no es dictar una reseña biográfica, porque hay muchas y buenas en cientos de páginas de internet. Mi ánimo, más bien, es poner en valor el destacado lugar que este gran artista ha ocupado en el panorama general del flamenco y muy especialmente de la guitarra.
En una entrevista le preguntaron a su padre, el gran Melchor de Marchena, a qué jóvenes guitarristas destacaría de aquel momento, y sin dudarlo señaló a su hijo como figura revelación. Esta irreprochable “pasión de padre” tenía bastante más rigor teórico que pasión.
Enrique pertenece a esa generación de renovadores del flamenco. Una generación que impulsaron la guitarra de concierto para ponerla en lo más alto, que dedicaron su trabajo a la creación y la recreación de una forma de hacer flamenco que desemboca en la más rabiosa actualidad de la guitarra y el cante. Pioneros de la estética y albaceas de la ética flamenca.
Melchor de Marchena, su padre, fue su principal fuente de conocimiento. De él heredó el concepto flamenco, el discurso limpio y profundo, el dominio del pulgar, el coqueteo con el silencio y el respeto al discurso musical. De su padre absorbió el fundamento y esa forma de mirarse adentro en plena tormenta. Esa era su patria y su doctrina.
Enrique de Melchor supo alimentar las formas aprendidas de su padre Melchor con las líneas más actualizadas de la guitarra flamenca, pero siempre sonaba con la profundidad de quien piensa en flamenco, de quien no baraja otras claves, del que mira con el prisma de lo jondo.
Fue un virtuoso en el toque solista; por eso acompañó a Paco de Lucía durante dos años por todo el mundo; por eso ha dejado ocho discos imprescindibles grabados desde 1977 al 2005; por eso cuando se habla de los grandes, se refieren también a él…
Pero su mayor virtud no estaba en su guitarra, sino en su persona, en su humildad, en su mirada esquiva para no molestar, en su cómplice silencio, en su buen humor. Enrique fue una de los artistas que mayores simpatías ha despertado. Por eso es un imprescindible. Por eso, y no por otra cosa, siempre formará parte de nosotros. Siempre estará ahí, siempre querremos parecernos a él, al igual que siempre disfrutaremos de su obra.