A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. Parte 2


Opinión
Luis Soler Guevara


A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ



Pate 2

Luis Soler Guevara



Málaga, 26 de noviembre de 1999



No por lo expuesto debe interpretarse este comentario mío como si devaluase la intensa y extensa rica obra del poeta, ya lo dijimos: ¡Todo un monumento al poder de la palabra! ¿Quién soy yo ante esa catedral de la expresión que fue el poeta onubense? La sensibilidad de Juan Ramón se ocupó de un género que trasciende más allá del fondo poético de la vida. Casi convierte la poesía en el escenario de la eternidad. En esa reflexión le localizamos un cierto vínculo con el drama que encarna la letra de la siguiriya gitana, aunque su naturaleza sea distinta: la apelación y confianza en Dios, la fatalidad, el destino, son temarios muy presentes en la letra flamenca y también en las reflexiones del poeta. Toda una impronta senequista de Andalucía.

El senequismo es muy antiguo. Ya Averroes, en la España del siglo XIII, cordobés también como Séneca, niega la recompensa ultraterrena para el hombre justo. Ello para un marxista convencido como yo, es toda una filosofía de caduco materialismo, y por tanto especulativa y carente de solidez científica, y añadiría: lo que equivale a un viejo idealismo aristotélico al que llegado su época se le podían perdonar esas “excentricidades”, pero no a quienes veinte siglos después sostienen que ese mensaje siguiriyero siendo un tesoro artístico es una verdad tangible.

La fatalidad no es un destino sino una circunstancia y, la confianza o desconfianza hacia Dios, forma parte de la cultura acientífica y por tanto una especulación más del pensamiento humano que necesita construir para sí mismo un escenario de esperanzas ante su propia impotencia. No obstante ese sentimiento de fatalidad, como afirma Félix Grande, preside la letra flamenca y está muy implicado en la cultura andaluza. A estas reflexiones no estimo que Juan Ramón Jiménez le dedicara su tiempo pese a su actitud casi enfermiza por la palabra. La palabra expresa ideas, las ideas son el resultado de la producción intelectual y material del hombre, y es el hombre el que produce los referentes de la palabra.

Su búsqueda constante de otros senderos en donde él encontraría su propia catarsis le situarían dado su incesante caminar por un encantado mundo de poemas, a veces amorosos, casi eróticos, corto pero profundo como una herida. Sumo sacerdote que fue de la palabra e ingeniero del verso, poseedor y dominador de una prosa exquisita de refinado y conceptual lenguaje, merece ocupar un lugar prominente en el más sublime altar de las letras.

Por todo ello y tras enterarme que en Moguer la Casa-Museo Zenobia y Juan Ramón Jiménez se encuentra ubicada en el número 10 de la calle Juan Ramón Jiménez, casa donde el poeta pasó su infancia y buena parte de su juventud, pues, fueron muchas las ganas que me dieron de visitarla, por lo que me puse en contacto con mi amigo Onofre López, pero nunca nos pusimos de acuerdo para ello. Sobre todo porque cuando yo “puedo” es fin de semana y este lo aprovecho para estar en Málaga con mi familia.

…Huelva es la ciudad andaluza que menos conozco. Incluso, en algunas ocasiones cuando he estado en ella apenas si he paseado por sus calles. De su provincia he visitado muy pocas poblaciones. Entre éstas Almonte, Río Tinto, Alosno, Palos de la Frontera y Moguer. De esta última ciudad también me dijo Onofre, que durante el siglo XIX disputó la capitalidad de la provincia.

En esa última ciudad nace en 1881 quien va a dar nombradía en el mundo a ese bello rincón choquero. Un poeta cuya obra más conocida es, Platero y yo. Un libro quizás de los más leídos en los institutos durante el bachillerato: Todo él reúne un montón de historias únicas y dispersas sin posible conexión. Quizás por ello se le haya llamado a Juan Ramón el escritor de los estudiantes

En tres ocasiones leí Platero y yo, la primera cuando apenas contaba quince años. Dada esa edad casi nada me impresionó. La segunda cuando ya tenía cumplido los veinte. Sí me apasionaron las narraciones del poeta onubense y su diálogo con el borriquillo. La tercera en el transcurso de estas últimas semanas. En la primera por exigencia de la escuela donde estudiaba, la de Formación Profesional Francisco Franco, en la que estábamos obligados a realizar después un comentario de texto. La segunda por el placer de la lectura y la tercera para poder completar estas cuartillas. En esta última ocasión ha sido cuando le he sacado, evidentemente, más jugo que nunca. He ido por él.

En uno de los pasajes de la citada obra, a mi corto entender, todo un modelo narrativo de plena imaginación Juan Ramón expone.

Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero. Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:

– ¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!

...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos – ¡tan lejos de mis oídos! – se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...

Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos :

– ¡El lo...co! ¡El lo...co!


Ese pasaje, que estimo proverbial su inclusión en el texto, cuenta un mundo de encantos pero también de sin razones que quizás todos los que hemos ya cumplido algunos años hemos vivido una experiencia similar, por supuesto, hoy superada, la que se daba por la ignorancia de los tiempos, y por qué no decirlo, también desde una cierta crueldad de la adolescencia. Quién no se acuerda del tonto del pueblo, del loco del barrio, de cómo la chiquillería no distraía calificativos incluso que traspasaban la barrera del insulto, a veces, rayano en la agresión o en la risa llegado el caso. En ocasiones hasta le tirábamos piedra al personaje de turno. ¿Quién no se acuerda haber vivido momentos de rabia ante el proceder de semejante atropello con una persona de similar característica a la que algunos consideraban casi un animal? Por mi barrio del Perchel aparecían con frecuencia dos tontos: “Pepito Tula” y “El Lengua”. Al primero le tiraban piedras los chiquillos y al segundo intentaron prenderle fuego.

No es el caso lo narrado por el poeta en ese pasaje pero si guarda alguna semejanza. Claro que, con esa indumentaria que cita Juan Ramón, la chiquillería del lugar, por menos, no le podía pasar inadvertida lo que para ella, en sus cortos años, lo concebía como un desatino. Téngase en cuenta que, en aquellos años de 1914, cuando el poeta moguereño plasma esas narraciones, el color negro sólo se usaba para el luto. Incluso, para la fiesta, no tenía la aceptación que años más tarde tuvo.

Ésta que sería con los años una de sus obras más celebradas, tras EL Quijote, de Cervantes, es el libro español que ha sido traducido a más idiomas, sin embargo, no fue su mejor obra, aunque muestra en ella una capacidad imaginativa impresionante.

El poeta en esa obra refleja las muchas vivencias de juventud en su tierra natal, y con la compañía de un asno al que llama Platero, además de confidente, amigo, logra vertebrar una historia salpicada de anécdotas y aventuras muy curiosas en donde la ternura y la camaradería tienen reservada un hermoso pasaje que el poeta describe de forma sencilla pero de forma contundente. Ello lo localizamos en este fragmento de este texto:

“En el arroyo grande que la lluvia había dilatado hasta la viña, nos encontramos, atascada, una vieja carretilla, perdida toda bajo su carga de hierba y de naranjas. Una niña, rota y sucia, lloraba sobre una rueda, queriendo ayudar con el empuje de su pechillo en flor al borricuelo, más pequeño, ¡ay!, y más flaco que Platero. Y el borriquillo se despachaba contra el viento, intentando, inútilmente, arrancar del fango la carreta, al grito sollozante de la chiquilla. Era vano su esfuerzo, como el de los niños valientes, como el vuelo de esas brisas cansadas del verano que se caen, en un desmayo, entre las flores. Acaricié a Platero y, como pude, lo enganché a la carretilla, delante del borrico miserable. Lo obligué, entonces, con un cariñoso imperio, y Platero, de un tirón, sacó carretilla y rucio del atolladero y les subió la cuesta. ¡Qué sonreír el de la chiquilla! Fue como si el sol de la tarde, que se quebraba, al ponerse entre las nubes de agua, en amarillos cristales, le encendiese una aurora tras sus tiznadas lágrimas. Con su llorosa alegría, me ofreció dos escogidas naranjas, finas, pesadas, redondas. Las tomé, agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo; otra a Platero, como premio áureo. "

La obra en sí ofrece unos relatos cautivadores, pletóricos de sentimientos y de nostalgias, así como rebosante de un gozo especial por la naturaleza y el mundo rural. Al final Platero muere y Juan Ramón regresa a su tumba donde lo encuentra.

El poeta se sirve al propio tiempo de esas narraciones para efectuar un recorrido repleto de variopintas impresiones que del exterior había acumulado tras varios años de ausencia.

Años más tarde, tras su vuelta de Estados Unidos se despierta en él, con especial incidencia, una gran preocupación por lo religioso, moviéndose entre la oración y el lamento de lo que salpica algunos de sus poemas. Otra de sus preocupaciones de entonces le lleva a conjugar experiencias ya vividas con contenidos eróticos en los que muestra su nostalgia pero también su arrepentimiento. También la búsqueda con lo social le lleva a denunciar la vulgaridad de una burguesía decadente.

Otro de los grandes libros de la poesía española escrito en prosa y en verso libre es Sus Poesías escogidas. En 1922 escribe Segunda antología poética. Son años de ciertas satisfacciones para el poeta, sobre todo de una enorme producción literaria, pero también con alguna que otra sombra. Tras conocer a los principales poetas de la Generación del 27 de la que había sido su maestro, acaba peleado con algunos de sus integrantes. .

La Generación del 27 en gran medida se caracterizó por su implicación en lo intelectual y en lo sentimental; por su concepción casi mística de la poesía, por la lucidez rigurosa en la elaboración del poema; por la pureza estética y la autenticidad humana; por lo minoritario, por lo universal y lo español. El equilibrio integrador de la citada generación recibe su confirmación definitiva cuando se observan sus comunes preferencias literarias. Se da en ella una clara influencia del Vanguardismo, pero al par no niegan la poesía anterior, pese a sus brotes innovadores; admiran a Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Unamuno, Machado, Rubén Darío, Gustavo A. Bécquer, a los clásicos como Góngora, César Manrique, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Quevedo incluso a Lope de Vega, en su aspecto popular, el Romancero, el Cancionero; todo lo que tiene tradición. Más no obstante todos ellos son unos renovadores.

Juan Ramón, hombre cercano al pensamiento krausista, aunque en su mente siempre reinó un liberal. Con cincuenta y cinco años saldría para un exilio que duraría más de veinte años repartidos en La Habana, Estados Unidos, Argentina y Puerto Rico donde murió en 1958 dando clases hasta sus últimos días para sobrevivir. Su dignidad no le permitió compartir las “excelencias” de un régimen fascista y totalitario como el de Franco. Su ascendencia republicana nunca se cuestionó. Al estallar la guerra civil, el papel del poeta siempre estuvo a gran altura. Abrazó la República y cuando abandonó España en agosto de 1936, fue por causa de su nombramiento como agregado cultural de la Embajada de España en Washington. Él antes que nada era un liberal del pensamiento y de la palabra, por los que sentía un culto especial, era su ideal.


Rodeado de alumnos en una escuela de Puerto Rico (1957)

En 1941 está residiendo en Florida en donde acomete su poema Espacio. Ello fue tras salir del hospital de Miami, a donde le había llevado una honda depresión. Esta obra publicada en 1954 es reconocida por la mayoría de los críticos como la culminación de su producción poética.

“No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin”, dice al comienzo de su poema. Siempre huyendo de un lugar a otro de lo último que escribió, de que nada le encadene ni le retenga. Siempre abonando en el compromiso con la palabra a la que intuía como el ser que te lo puede. Hasta llega en un momento de su obra, así lo interpreto, a convertir la palabra en el dios soñado. Así en su obra Dios deseado y deseante (1948-49) el poeta llega incluso a identificarse con ese dios que tanto ha buscado. Un dios que existe dentro y fuera de él, un dios que es deseado y deseante. Lo que encierra un cierto contraste con lo expuesto en Espacio.

En una de las páginas de esta última obra recojo un fragmento que a continuación expongo, y de cuya lectura, en cierto modo puede tomarse como un corpus crítico de la doctrina de los filósofos griegos, contra los que no arremete pero a los que no da aprecio, cuando extralimita sus consideraciones enfrentándose con los dioses de la tierra. De ahí que algunos que le criticaron entrevieran en estas reflexiones un intento de sentirse Dios.

Una lectura pormenorizada de este texto nos permite interpretar otras apreciaciones, o sea, un posicionamiento vibrante ante la duda y un deseo intrépido de penetrar en consideraciones agnósticas, de las que se queda en la misma antesala. Incluso esa duda que razona está más cerca de la negación de Dios que de su existencia. Ello quizás signifique una gran ruptura con muchas otras reflexiones vertidas en algunos de sus poemas. Por eso Espacio también es, a mi parecer, una revisión de muchos pensamientos suyos.

“¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores, soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses”.

En su extensa obra literaria, su trayectoria estuvo marcada por un endémico afán de superación: Encontrar como él señalaría en su poema Inteligencia, con “el nombre exacto de las cosas”. Estos versos que a continuación cito y con los que empieza su libro Eternidades es un fiel reflejo de sus reflexiones en su caminar hacia la perfección del lenguaje y de la búsqueda del exacto significante del nombre de las cosas, o sea de las palabras. En esta ocasión he conservado la “jota” que por la “ge” utilizaba Juan Ramón. Así mismo la “equis” la suprimía por una “ese” y así escribía “estraño” en vez de “extraño”. Ello era una cualidad más de asociamiento en el lenguaje gráfico que el poeta utilizó.

" ¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo
y suyo, y mío, de las cosas! "


En ese constante afán por la perfección, descartaba muchos de sus escritos y a otros, nunca los dejó por terminados siempre estaba retocándolos. Espacio también es un “retoque” a una parte de su obra y por supuesto, al par una reafirmación de la misma.

Leemos también al comienzo de su gran obra Espacio, “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú” Todo el poema es una celebración de plenitud que se afirma desde su frase inicial: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”. A partir de ahí, el poema se articula como un largo monólogo sostenido consigo mismo, en el que los arrebatos y la fuga se suceden. Los dioses no nacieron de forma espontánea en la imaginación de los poetas, sino a través de la dudas de los miedos y de la ignorancia de los seres humanos. Ya en la antigua Creta ello subyace en sus epopeyas.

Espacio para muchos expertos, es su gran obra, uno de los grandes poemas de todos los tiempos. Entre otros, el poeta mexicano Octavio Paz, la calificó como uno de los mejores poemas del siglo XX. Concretamente expresó “Espacio es uno de los monumentos de la conciencia poética moderna y con ese texto capital culmina la interrogación que el gran cisne hizo a Darío en su juventud”.

Se trata de un largo poema, en prosa, que da acopio a sus muchos recuerdos y sueños, muy propio de su avanzada edad. Ello se traduce cuando evoca sus lugares de infancia, su juventud, el mar, la mujer, los amigos, los diversos sucesos de la guerra de los que se sirve para plasmar una perífrasis de la vida en la que no falta un ensalzado coro de personajes bíblicos, Su pensamiento y fe religiosa le lleva a teorizar sobre un futuro encuentro con Dios, pero también a una negación de ese futuro.

De dicho libro he localizado este fragmento en el que se aprecia todo un delirio de conceptos filosóficos que aborda un perfil salpicado de especulaciones de la cultura judeocristiana.

“Y el hablar es lo mismo que el rumor de los árboles, que es conversación perfectamente comprensible para el blanco y el negro. Allí el goce y el deleite, y la risa, y la sonrisa, y el llanto y el sonlloro son iguales por fuera que por dentro; y la negra más joven, esta Ofelia que, como la violeta silvestre oscura, es delicada en sí sin el colegio ni el concierto, sin el museo ni iglesia, se iguala con el rayo de luz que el sol echa en su cama, y le hace iris la sonrisa que envuelve un corazón de igual color por dentro que el negro pecho satinado, corazón que es el suyo, aunque el blanco no lo crea. Allí la vida está más cerca de la muerte, la vida que es la muerte en movimiento, porque es la eternidad de lo creado, el nada más, el todo, el nada y el todo confundidos; el todo por la escala del amor en los ojos hermosos que se anegan en sus aguas mismas, unos en otros, grises o negros como los colores del nardo y de la rosa; allí el canto del mirlo libre y la canaria presa, los colores de la lluvia en el sol, que corona la tarde, sol lloviendo”

Espacio y Tiempo son dos composiciones fundamentales en la trayectoria poética de este autor y de la poesía española de este siglo, y más concretamente, de una importancia excepcional en la historia del poema en prosa española. Ambos textos que habiendo nacidos por separados al final se compendiaron en un solo libro.

En referencia a estos textos he encontrado en Internet algo cuyo interés deseo resaltar Se trata de una conocida carta que a Enrique Díez-Canedo, fechada el 6 de agosto de 1943, le mandó a éste Juan Ramón explicando el origen de ambos textos:

“En La Florida empecé a escribir otra vez en verso. Antes, por Puerto Rico y Cuba, había escrito casi exclusivamente crítica y conferencias. Una madrugada me encontré escribiendo unos romances y unas canciones que eran un retorno a mi primera juventud, una inocencia última, un final lógico de mi última escritura sucesiva en España. La Florida es, como usted sabe, un arrecife completamente llano y, por lo tanto, su espacio atmosférico es y se siente inmensamente inmenso. Pues en 1941, saliendo yo, casi nuevo, resucitado casi, del hospital de la Universidad de Miami (adonde me llevó un médico de estos de aquí, para quienes el enfermo es un número y lo consideran por vísceras aisladas), una embriaguez rapsódica, una fuga incontenible empezó a dictarme un poema de espacio, en una sola interminable estrofa de verso mayor. Y al lado de este poema y paralelo a él, como me ocurre siempre, vino a mi lápiz un interminable párrafo en prosa, dictado por la extensión lisa de La Florida, y que es una escritura de tiempo, fusión memorial y anécdota, sin orden cronológico: como una tira sin fin desliada hacia atrás en mi vida. Estos libros se titulan, el primero, "Espacio"; el segundo "Tiempo", y se subtitulan "Estrofa" y "Párrafo".

Espacio tuvo una recepción desigual, decepcionante para muchos. Sin embargo hubo grandes excepciones. En primer lugar Juan Larrea, que había fundado la revista Cuadernos Americanos, y que estaba exiliado entonces en México, recibió con sumo entusiasmo los dos primeros fragmentos y los publicó. El caso de Gerardo Diego es todavía más singular. A pesar de la dificultad de conseguir publicaciones mexicanas en la España de los años cuarenta, Diego no sólo leyó Espacio en esos años, sino que fue uno de los primeros en darse cuenta de su importancia y en decirlo, además, públicamente, y por eso su autor en 1954, le dedicó la versión final del poema. También Alberti y Emilio Prados admiraron siempre la poesía que Juan Ramón escribió en América. “Espacio es uno de los monumentos de la conciencia poética moderna y con ese texto capital culmina la interrogación que el gran cisne hizo a Darío en su juventud”.

Otra de sus grandes obras, Españoles de tres mundos, editada en Buenos Aires en 1942, la dedicó a sus amigos contemporáneos como Machado, Giner de los Ríos y Unamuno entre otros. En este libro al parecer no muy valorado por desconocido Juan Ramón nos revela que su poesía tiene un tono metafísico porque está construida dándole a la palabra una simbología y valor universal que trasciende el misterio existencial que envuelve al universo. Quizás de ahí deviene ese fondo triste y sobrio en el que muchos han coincidido. Juan Ramón muestra una permanente lucha por el lenguaje exacto de las cosas, lo que le lleva a sufrir ciertas enemistades. Entre otras durante un tiempo con Pablo Neruda al que le hace una crítica feroz aunque después se arrepiente y rectifica.

“Siempre tuve a Pablo Neruda ... por un gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización ... Neruda me parece un torpe traductor de sí mismo y de los otros, un pobre explotador de sus filones propios y ajenos, que a veces confunde el original con la traducción ... Posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cuál flor, un metal en buen estado aún y todavía bellos. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y transmutadora; no suple el sujeto o el objeto con su palabra; traslada objeto y sujeto, no sustancia ni esencia. Sujeto y objeto están allí y no están, porque no están entendidos.” (De su obra: Españoles de tres mundos)

En otra de sus páginas ofrece un perfil muy escueto, aunque adorable, de Santiago Ramón y Cajal

”Ausente, fino y realista; siempre enredado en el laberinto bello de los sutiles encajes de la vida de su microscopio. No conozco cabeza tan nuestra como la suya, fuerte, delicada, sensitiva, brusca, pensativa. Los ojos no miran nunca a uno —a nada con límite—; andan siempre perdidos, caídos, errantes, como buscándose a sí mismos en el secreto, para mirarse, al fin, frente a frente.”

Más que un perfeccionista “es un enfermo del lenguaje”. Ese fue el calificativo que le otorgó el poeta francés Arthur Rimbaud al de Moguer.

En Moguer, el autor de ese fantástico y apasionante mundo nace un 23 de diciembre, justo en el número 1 de la calle de la Ribera, y su muerte con setenta y seis años transcurrió en la Clínica Mimiya de Santurce (Puerto Rico), un 29 de mayo de 1958. Por tanto han pasado más de cuarenta años de su muerte. Nunca será tarde para acercarse a él. Ahora, que lo he encontrado, jamás volveré a perderlo.

¡Ah! se me olvidaba, la charla con el Alcalde fue positiva.