Cádiz, Sitio flamenco


Investigación
Javier Osuna


Cádiz, Sitio flamenco

Publicado en Diario de Cádiz el 1 de enero de 2011
Retrato de Mariana Marquez bailando el zorongo. Barrutia, Lorenzo, 1790

ANTES...

1712. Dieciséis de febrero. El Deán del Cabildo de Alicante redacta desde Cádiz una carta que hace referencia al fandango de Cádiz, “danza famosa después de tantos siglos”.

1717. Se traslada a Cádiz la Casa de Contratación. Sostiene el francés Bernard Leblon que el hecho favoreció el asentamiento gitano en todas las poblaciones de su Bahía. La hipótesis es bastante sólida y ayuda a comprender por qué tras la Pragmática de Carlos III, en una ciudad como Cádiz, teóricamente sin residencia oficial de “castellanos nuevos”, hay más gitanos –en palabras de Leblon– que en el conjunto de las cinco provincias de Levante y que en cualquier otra región de España. La concentración más grande se encuentra en el valle del Guadalete y alrededor de la Bahía. Los centros más importantes son Cádiz, Jerez y Arcos, seguidos por San Fernando y Los Puertos.

1749. Treinta de julio. Noche aciaga. A instigación del obispo de Oviedo, una feroz prisión contra los gitanos en toda España deja en El Puerto de Santa María una letra estremecedora y explicativa de la brutal conducción a las minas de azogue de Almadén: Los gitanitos del Puerto / fueron los más desgraciaos /que a las minas del azogue /se los llevan sentenciaos. La gitanería del Puerto legará un tesoro de romances de la tradición oral, de tipo épico e histórico, inhallables en otros lugares del mundo hispánico, ni siquiera entre los judíos sefarditas, según palabras de la mayor autoridad en corridos y romances, Luis Suárez Ávila, cuya titánica labor recolectora nunca sabremos –ni podremos– pagársela.

En el arsenal de la Carraca se desalojan los depósitos que sirven para almacenar estopa y quedan hacinados 1.193 gitanos en condiciones tremendamente insalubres: A ciento cincuenta hombres /nos llevan a la Carraca /y allí nos dan por castigo /de llevar pieras p´al agua. La noche del 7 de septiembre de 1749 estalla en La Carraca un primer motín con los gitanos armados de clavos y de puñales de madera de fabricación casera. No sería el único. “Cuando canto por siguiriya la boca me sabe a sangre”, dijo siglos después Tía Anica la Periñaca.

1750. Hacia la segunda mitad de la centuria, la Escuela de Cádiz de constructores de guitarra es ya un hecho y constituye uno de los focos más prestigiosos de luthiers, con dinastías de renombres, como los Benedid, los Guerra, los Bonichi, los Recio, los Castro, los Benítez, los Costa, los Perfumo… o los Pagés, cuyas sonantas situó Richard Ford a la altura de los Stradivarius.

La consecuencia lógica de excelentes guitarreros, no tardó en traducirse en excelentes guitarristas: Cádiz aportará también la primera gran Escuela de guitarra flamenca (cronológicamente anterior y superior a la de Jerez) con el Maestro Tapia, el Maestro Patiño, Paquirri Guanter, Paco el Barbero, Juan Gandulla “Habichuela”, Manuel Pérez “El Pollo”, Manolo el Pintor, Juan Trujillo, Baldomero Jiménez, Juan Díaz, Antonio Hernández, José Capinetti…

Era un hecho que las tonadilleras y bailarinas solicitadas en las diversiones de entreactos, se elegían casi exclusivamente desde las tablas gaditanas; el paso por Cádiz era casi un requisito imprescindible para las que quisieran pisar la Corte. Véanse los estudios de la historiadora sevillana Rocío Plaza.

1755. Uno de noviembre. Un maremoto asola la costa atlántica de Andalucía. En Cádiz las aguas anegan el camino del istmo y retornan al primitivo cauce del Canal Bahía-Caleta. El terremoto es llamado en Sevilla “el gran grito de Dios”. Tras la desolación aparecen letras que narran el drama: El día del terremoto /llegó el agüita hasta arriba /pero no pudo llegar /aonde llegó mis fatigas. Un segundo texto, recolectado por Antonio Barberán en la prensa decimonónica, vuelve a ser fedatario de la tragedia, en estructura de cuatro versos: “De roíllas te pío /virgen de la Palma /que las agüitas del má /no güervan a subí la muralla”.

1761. Catorce de noviembre. El Marqués de Casinas, regidor y representante de la nobleza, manuscribe una interpelación a la corporación de Cádiz con una advertencia moralista: “El baile del fandango es una excitación a la lujuria cuando lo hacen gitanos”.

1767. Giacomo Casanova, tras su visita a Cádiz en sus memorias y desprovisto de los prejuicios del anterior, desmiente y contradice al pudoroso marqués: “El fandango es el baile más seductor del mundo”.

1773. Se manuscribe aquí un tratado pionero: Explicación de la guitarra de rasgueado, por Juan de Vargas y Guzmán, vecino de esta ciudad de Cádiz.
El gaditano José Cadalso escribe en esos años Las cartas marruecas. La número VII describe, con todo lujo de detalles, una juerga flamenca en un cortijo “yendo a Cádiz”, a través de Tío Gregorio, un carnicero de voz ronca, pasado de compás (se baila el polo).

1775 y 1776. El inglés Henry Swinburne anota su viaje por España, tras su estancia por el sur: “En Cádiz las gentes humildes se dedicaban al fandango y los gitanos a bailar un baile indecente que se llamaba Manguindoy”.

1779. En el teatro de la Cruz de Madrid se estrena una tonadilla a solo, titulada ‘La Anónima’, del guitarrista gaditano Tomás Abril, donde aparece por primera vez –hasta el momento– la palabra tango: “Los andaluces /en sus tangos graciosos /sus chistes lucen”, según hallazgo de Faustino Nuñez que algunos musicólogos “a hurtadillas” han pretendido soslayar. Ese mismo año el Conde de Noroña publica un poema heroico-burlesco, La Quicaida, donde se menciona “el fandango de Cádiz punteado”.

1785. El maestro gaditano de lengua castellana y tertuliano asiduo de las famosas reuniones de Frasquita Larrea, Ignacio González del Castillo, escribe multitud de sainetes en cuyos pasillos desfilan playeras, jaleos, zorongos, el olé, el fandango, seguiriyas y el minué de la Viña. La palabra flamenco aún no designa el género; define entonces al puñal o faca, como así lo recoge el comediógrafo: “¡El militar que sacó, contra mi esposo, un flamenco!”.

1800. Veintinueve de noviembre. Don Tomás de Morla, Caballero Comendador y Capitán General de los cuatro reinos de Andalucía, dicta un Auto de buen gobierno, a causa de los estragos que la fiebre epidémica ha causado en Cádiz. Prohíbe en su punto 39 –con especialidad a los trabajadores y artesanos–, “los cantares indecentes” y prohíbe a baratilleros, tiendas de quinquillerías y al gremio de cuchilleros –ahora en el epígrafe 58– las navajas, o sea, los flamencos:“no se permitirán vender cuchillos con punta, los llamados flamencos…”

DURANTE...
Pero, ¿qué pasa con el arte flamenco durante el Sitio? ¿Existe?... Ya lo creemos que sí; pero no se llama flamenco y está –como siempre– en pleno proceso de formación.

Repasemos el padrón general de Cádiz de 1813 (AHM, L-1.058) de la parroquia matriz de Santa Cruz, de lo que en tiempo fue un arrabal, en donde “la gente del bronce” convivía en las casas-palacios del barrio. Eran mayormente herreros y tablajeros de carne y trabajaban en el Matadero. Vendían despojos (menudo) y carne de bragueta para sobrevivir (carne de primera, trincada y vendida a precio de tercera). Arte y “esmayo”:

Pablo Jiménez, torero; Bartolo Monge, matadero; Bartolo Jiménez, matadero; Antonio Jiménez, matadero; Sebastián de Vargas, matadero; Manuel Ortega, carnicero; Roque Heredia, matadero; José Monge, matadero; Juan Jiménez, tablajero; Juan Jiménez, carnicero; Antonio Fernández, matadero; Andrés Fernández, herrero; Andrés Monge, matadero; José Espinar, albañil… En la Viña habitan otros gitanos; otras sagas: las Cachucheras, los Cantorales, los Díaz, los Fernández, los Antúnez, los Espeletas…

“La gente cree que son carniceros, pero en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión”, escribió Federico García Lorca.

En esos apellidos y oficios están todos los antepasados de las extirpes gitanas de Cádiz, del Planeta, de Juan Feria, de los Quintana, de Francisco la Perla, de Juanelo de Cádiz, de El Muerto, de Los Mellizos, de los Loros, de los Ortegas, de Curro Dulce, de los Melu, del Caoba, de Juana la Sandita, del Tío Rivas, de la Jacoba y la Pilí, de Paco y Pepa de Oro, de los Butrón, de María la Cantorala, del Quiqui, de Ñoto y Yesca –cuyo Médici era el Magistral Cabrera–…, casas gitanas que llevan dos centurias alumbrando toreros y picadores; cantaores y bailaores que, junto a sus primos de Los Puertos y de Jerez y a todo el caudal músico-cultural no gitano, configurarán entre todos el arte flamenco.

1811. Veinte de noviembre. Vuelven a Cádiz las obras de teatro y con ellas las canciones patrióticas, levadura fresca para que fermente todo un corpus literario de Cantiñas insurgentes y doceañistas que se cantan en las calles y que sigue narrando lo que acontece. Por eso habla de “Baluartes invencibles”, de “fanfarrones”, de barrios que fueron ‘desgraciaítos’ y de bombas que “no explotan”. Cachondeíto con Bonaparte, al que los gaditanos con su ancestral retranca llaman “Napoladrón” y “Malaparte”.

Por los teatros del Balón, Nacional y la Posada de la Academia, se interpretan guarachas, fandangos, cachuchas… Vámonos, niña del alma /vámonos a la Caleta /que allí están Los Guacamayos /con fusil y bayoneta… y un polo “quejumbroso” se transcribe en la prensa periódica (noviembre de 1812): Ay, ay que siga el embuste; /siga la trampa y la broma; /ay, ay mientras que aquí en Cádiz /siguen su curso las cosas.
Coloque la cejilla al cinco por arriba (Mi Mayor) o al aire por medio (La Mayor) y entone conmigo mentalmente las estrofas que le cuenta el redactor de El Conciso, que todo Cádiz interpretaba el 15 de marzo de 1812:

“(…) le remite el Conciso la siguiente seguidilla que se canta en las calles de Cádiz:

De las veinte granadas
que Soult envía
se quedan diez y nueve
en la bahía;
Y la que llega,
rompe vidrios y espanta
perros y viejas.”

Durante el cerco de las tropas napoleónicas, una gaditana prodigio, llamada en tiempo por los ingleses la “Venus andaluza”, María Mercandotti, encandilará a Londres y a París con sus bailes y danzas.

Sesenta y ocho años más tarde del Sitio, Antonio Machado “Demófilo”, en su Colección de cantes flamencos de 1881, recopilaría entre cientos de ellas la siguiente letra de soleares de tres versos:

Juntito iban los tres,
Curro Dulce y Valladares
y Molina de Jerez.

Fernando Quiñones, a propósito de esta letra anotaba a pie de página: “¡Buen trío! Sólo de Valladares no tenemos noticias”. Hoy sabemos quién era Curro Dulce (Cádiz); quién Manuel Molina (Jerez) y continuamos sin saber quién era Valladares.

Por cierto, en 1813 en el número 158 de la calle de Santo Domingo, vivía Juan Balladares; mirusté por donde, tablajero de la carne, y mirusté por donde, voluntario de las Milicias de Artilleros de Extramuros