Manuel de la Tomasa en Torres Macarena


Opinión
Alfredo Barrera Cuevas


Se presentaba en Sevilla, de manera oficial, en la emblemática Peña Flamenca Torres Macarena el joven cantaor sevillano Manuel de la Tomasa. Era un ambiente familiar y cercano el que allí había mientras los presentes esperaban presenciar el acto. Por una parte, el público tenía puestas grandes expectativas en el cantaor, por otra, se respiraban nervios e ilusión en su familia más cercana. La noche prometía y se presentía algo grande.

Y si no es verdad, esto que yo digo…



Manuel comenzó su puesta en escena de pie y sin guitarra cantando varios estilos de tonás, rematando con el macho. Esta fue su carta de presentación, a lo grande, con el cante de estirpe más rancio y más desgarrador del vasto campo del flamenco. Con respeto máximo, pero sin miedo ni nervios ningunos, Manuel estiraba los tercios y los recogía, rompiéndolos en su justo momento. Triana y la fragua rezumando en el recuerdo para dar comienzo a un ilusionante recital flamenco. La segunda interpretación que nos presentó Manuel fue el cante por malagueñas donde se decidió por dos estilos poco habituales, desde hace ya demasiado tiempo, en los recitales flamencos. Fue un momento especial, entre otras cosas porque me trajo a la memoria a dos geniales cantaores a los que admiro enormemente: En primer lugar, a Cayetano Muriel, El Niño de Cabra, con su cante por malagueñas en la versión personalísima que hizo de Enrique el Mellizo. Y en segundo lugar a Manuel Vallejo, con la letra y magnífica interpretación de la malagueña de El Niño del Huerto que nos dejó para el recuerdo con la magistral guitarra de Manolo de Huelva. Se puede seguir con las escuelas de cante clásico y a la vez ir renovando las puestas en escena, y aquí Manuel de la Tomasa dio ejemplo de ello. El cante por alegrías fue el tercero en el repertorio que nos tenía preparado el joven cantaor. Era la primera vez en la noche donde se metía a compás y pronto demostró que de compás va sobrado. Nos trajo a la memoria letras antiguas de su propio abuelo, que estaba allí presente, pero dándole su propio sello. Prácticamente con el mismo compás, aunque más pausado y en otra tonalidad, nos introduce en el cante solemne y sentencioso de la soleá. Más allá de los aires alcalareños y gitanos que interpretó, destacó su compromiso serio con este cante básico y fundamental en el arte flamenco, el compás absolutamente marcado, las caídas propias en el remate de cada estilo, junto a la cadencia andaluza de la sonanta de David de Arahal, y un pellizco en el pecho que le subía por la garganta para salir llorando por la boca y reflejarse en gestos de dolor en el rostro. Amén de la seguiriya, en su familia también existieron otros palos y estilos representativos, entre ellos la soleá de su tatarabuelo Pepe Torres o el magisterio absoluto de su abuelo, tanto en el estilo de soleá del propio Pepe Torres, como en los estilos de Alcalá del mítico Joaquín el de la Paula, entre otros. Su abuelo José, en su faceta de compositor de letras, escribió y cantó aquello de “el cante por soleá, en unas bocas dice mucho y en otras no dice ná”, y la soleá, en boca de Manuel de la Tomasa, dice mucho y lo dice muy bien. Para rematar el primer acto nos cantó por tientos y tangos. Realizó una interesante variedad de estilos con marcados giros trianeros de La Niña de los Peines, algunos de ellos poco usados en la actualidad, entre los que aparecía uno personal de Rafael Pareja, de cierto aire chaconiano, con la letra que grabó Pastora. Manuel remataba cada tercio en la nota precisa, quedando un cante redondo, en conjunción con la guitarra de David de Arahal que siempre acertaba a dar el acorde correcto con técnicas de mano derecha acomodadas a cada variante estilística.

Para comenzar el segundo acto se decantó por unos cantes de Levante. Primero la cita casi obligada con los tarantos de uno de los más grandes cantarores de la historia del flamenco, Manuel Soto Loreto, conocido artísticamente como Manuel Torre, hermano de su propio tatarabuelo, para acabar rematando con unas singulares cartageneras que se interpretan con aires abandolaos, de nuevo con la memoria de Cayetano Muriel, en un cante al compás del sueño que marca su abuelo José el de la Tomasa. Otra muestra de que puede innovarse dentro de los cánones clásicos y también de que el asesoramiento que tiene y las fuentes en las que bebe la joven figura son envidiables. El punto y aparte de su actuación no fue el que marcaba el guion entre los dos actos, sino el momento en que decidió cantarnos por seguiriyas, en las que enlazaba Jerez y Triana al estilo de Manuel Cagancho. La reverberación de sus quejíos nos traía a la memoria el sentir de sus ancestros, así como ese respirar cantando, tan característico como evocador, heredado de su abuelo José el de la Tomasa. Con su gesticulación y sus manos marcaba las subidas y caídas de cada cante y retenía las sílabas en el más ínfimo nivel auditivo, abajo del todo, donde tan duro y difícil es masticar el cante, como insinuaba la voz de su padre desde atrás del público, para llegar a derrumbarse en el último suspiro. Y cantando ese palo fundamental que es emblema de su familia, hecho que no dudó en recordarnos el propio cantaor, ocurrió algo que pocas veces ocurre, apareció el duende para decirnos, a los allí presentes, qué tipo de cantaor estaba delante de nuestros ojos. Con el siguiente cante, pudiera parecer que nos serviría la clausura del acto, ya que el habitual remate en algunos festivales suele ser por fandangos, pero Manuel, en esta ocasión, prefirió darse solo un respiro con ellos y dejarlos en el penúltimo lugar para rematar con algo más propio de su sentir flamenco y más acorde al tipo de actuación que nos estaba ofreciendo. Nos trajo, para los fandangos, los sones de Enrique el Almendro con ecos caracoleros y la flamencura de Antonio el de la Calzá, recogiendo y entrecortando los tercios, haciéndolos muy emotivos y rompedores, perdiendo el sentío, al ponerse de pie en el último de estos cantes, y emulando inconscientemente al mismísimo Manolo Caracol para, dándose la vuelta y mano en alto, ir rematándolo y acabar detrás del cuadro flamenco que lo acompañaba. Para despedir lo que había sido un verdadero espectáculo con gran cantidad de tintes gitanos, nada mejor que un fin de fiesta por bulerías, donde Manuel y algunos de sus seres queridos que lo arropaban, nos hicieron vibrar con cante, toque, palmas y baile. Primero Manuel nos metió de lleno el compás en el cuerpo con bulerías de corte jerezano, después una voz femenina nos trajo un recuerdo a la Paquera de Jerez, seguido de un arrebato de bailaora. Y posteriormente, unas letras donde Manuel remató la fiesta con guiños al alado bronce de su abuelo José.

Manuel de la Tomasa, un joven cantaor que se acaba de presentar en Sevilla, ha venido para quedarse. Posee unas características muy personales para el cante que se mezclan con otras propias de la herencia recibida. Su repertorio está repleto de sabiduría y se puede apreciar la marcada influencia de los consejos flamencos de su abuelo, el genial maestro José de la Tomasa, que conoce a la perfección las cualidades de su nieto y sabe sacarle partido a base de estilos y palos acordes a sus características, además de guiarlo por la senda de la esencia pura, aunque introduciéndolo en el amplio mundo del flamenco a través de cantes que no se interpretan a menudo. Todo ello hace de Manuel de la Tomasa un cantaor muy interesante y a tener en cuenta en el presente y futuro porque conjuga varios aspectos magníficos para el aficionado en estos tiempos que corren, donde el cante flamenco parece no tener un rumbo claro: posee facultades magistrales para el cante, mantiene una condición de cantaor clásico y puro, lo engrandece su respeto por los grandes maestros del pasado, sabe transmitir la esencia de una familia de tradición cantaora, pretende salir de los repertorios monótonos trayendo cantes poco escuchados en los recitales de cante y siente pasión por lo que hace.

En sus primeras palabras de presentación al público, dijo Manuel de la Tomasa que venía a poner el corazón… y vaya si lo puso. El corazón, el alma y la sangre. Y no defraudó.